¡Buen Camino!
Llegar a
Santiago de Compostela después de recorrer centenares de kilómetros, caminando
durante muchos días seguidos, es uno de los mayores gozos que puede
experimentar el ser humano.
Alcanzar la
catedral es la culminación de un objetivo conquistado a base de un esfuerzo
sostenido, de un festivo sacrificio constante, de una tenacidad y determinación
mantenidas durante muchas jornadas.
La alegría
que experimenta el ánimo al constatar que hemos logrado el fin que nos
propusimos estalla en un abanico de felicidad que se amalgama con las
venerables piedras del templo. El alma se funde con las de los millones de
peregrinos que a lo largo de los siglos nos precedieron por el camino de la
búsqueda y purificación de nuestro yo intangible. Sentimos la inmensa emoción
de haber llegado a un lugar santo, de haber culminado un viaje existencial.
Al contemplar
el enérgico balanceo del botafumeiro, llenando de suaves aromas las naves de la
catedral, se olvidan de un plumazo todos los afanes pasados, nos sentimos
ligeros como nunca antes, y sentimos que podríamos volar al compás del
majestuoso incensario.
Todo
el mundo debería hacer el Camino al menos una vez en la vida.
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