jueves, 5 de octubre de 2017

¡Viva España!

El golpe de Estado perpetrado por los separatistas ha puesto a España en su peor escenario desde la restauración de la democracia. La fractura social que se ha producido en el noreste del territorio es el hecho más dramático que puede darse en una sociedad libre y avanzada como la nuestra. Es difícil entender que unos personajes tan ridículos y mediocres hayan podido arrastrar a las masas al enfrentamiento con sus conciudadanos, pero ahí están los lamentables resultados. Costará mucho tiempo, esfuerzo y habilidad, restañar heridas tan profundas.
No obstante, de estas circunstancias tan aciagas, podría brotar algo bueno. Newton nos explicó el principio de acción y reacción: Todo cuerpo que ejerce una fuerza sobre otro, experimenta una fuerza de igual intensidad en sentido opuesto. Durante muchos meses, incluso años, solo se ha escuchado la voz de los separatistas, como si fueran una fuerza hegemónica, como si estuvieran empujando contra la nada. Ante la ausencia de reacción se han ido creciendo y han ido actuando cada vez más como el matón de la cantina que tiene a todo el pueblo amedrentado. Ante su agresividad e insolencia, los que no pertenecían a la banda, se han limitado a apartarse en silencio. Por lo que se va viendo en las últimas horas, se ha empezado a producir el inevitable efecto de reacción. La gente se ha hastiado de tantas mentiras, insultos y vejaciones y ha decidido poner pie en pared. Ya era hora. Por todo el país se han producido manifestaciones de apoyo al gobierno y en contra de la fragmentación de nuestra tierra. Espero, deseo, que de este desafío que nos han planteado, resurja un sentimiento que estaba adormecido en los últimos años, y que solo aparecía de tarde en tarde al amparo de algún éxito de la selección de fútbol, para desaparecer a los pocos días. Me refiero al sentimiento de legítimo orgullo de pertenecer a un colectivo, a una sociedad, a una nación centenaria que a lo largo de la historia ha contribuido como la que más al desarrollo de la humanidad. Durante décadas, desde diversos medios, demasiados, se ha ido produciendo un ataque sistemático a todo lo que ayudase a representar una idea de nación en la que pudiéramos reconocernos todos. Empezando, precisamente, por evitar llamar España a España, para sustituirlo por ese ridículo término de “este país”. Por oscuros motivos que desconozco, se atacan las tradiciones, la bandera, la cultura, la lengua, cualquier cosa que represente lo que pudiéramos definir a bote pronto como “español”, siempre con la amenazante espada de Damocles de definir como “facha” a cualquiera que presumiera de ser y sentirse simplemente español. En una labor constante y metódica, se exageran los defectos y se ocultan las virtudes, se ha resucitado la nefanda y mendaz “Leyenda Negra”, se intenta que nos sintamos culpables de cualquier contratiempo del pasado, y se procura que nuestro sentimiento de pertenencia a un colectivo fuerte y definido, se diluya como mucho en un amorfo y melifluo “ciudadano del mundo”. Se debilita la nación y se potencian los separatismos para acabar de liquidarla. Mientras los xenófobos nacionalismos periféricos, con la ayuda inestimable de casi todas las televisiones, nos meten por los ojos su bandera anticonstitucional a todas horas y en todas partes, esos mismos medios, nos intentan convencer de que enseñar la nuestra es propio de fascistas.
Resulta completamente idiota y patético pretender ningunear una lengua en la que se comunican más de 500 millones de personas por todo el mundo, y eso es lo que se está intentando hacer desde hace años en una parte de nuestro territorio, empleando métodos fascistas.
Se necesitarían muchos libros para reseñar todo lo que los españoles hemos aportado al desarrollo de la civilización mundial, a la cultura, a la ciencia, a las artes y a las letras; en definitiva, a hacer un mundo mejor. Tenemos muchos motivos para sentir un legítimo orgullo, pero como botón de muestra voy a señalar un único dato; España es el primer país del mundo en trasplante de órganos, el primero. Desde hace más de 20 años nuestro país encabeza la lista de donaciones y trasplantes. Tenemos una tasa de donación de 36 personas por millón de habitantes, cuando la media europea es de 19. Esto significa dos cosas, la primera, que somos un pueblo solidario y generoso, que nos esforzamos por ayudar a nuestros semejantes. La segunda, que tenemos un sistema sanitario de primerísimo nivel, de los mejores del mundo. En esa conjunción de generosidad de carácter y desarrollo social y científico florecen nuestras señas de identidad.  
Sería bonito y hasta poético, que el desafío xenófobo y racista de unos pocos españoles del noreste nos sirva al resto para despertar nuestra conciencia de país fuerte y unido. Para que podamos gritar con naturalidad, sin esfuerzo, con sencillez:

¡Viva España!

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