domingo, 3 de septiembre de 2017

Ignacio Echeverría

Hoy se cumplen tres meses de la muerte de Ignacio Echevarría. El 3 de junio de 2017 murió un hombre bueno. Bueno en el buen sentido de la palabra, que diría Machado. Un hombre generoso y valiente, porque en su comportamiento excepcional se conjugaron generosidad y valentía, cualidades muy raras en nuestra sociedad.
Solo tres meses y parece que ya nadie se acuerda, pero haríamos bien en tratar de mantener viva la llama que él prendió. Su gesto heroico y altruista no puede caer en el olvido. Su muerte no puede ser preterida por el paso de los días. Sería una infamia que pasemos página y sigamos como si nada hubiera sucedido. En aquel puente ocurrió algo extraordinario. Un hombre bueno actuó al impulso de su corazón, sin detenerse a considerar las consecuencias.
Después del reciente atentado de Las Ramblas, la gente salió a la calle gritando “No tenemos miedo”. Una gallarda afirmación que parece más teatral que verdadera. El único que hasta el momento demostró fehacientemente no tener miedo fue Ignacio. Saltó como un resorte, impulsado por un sentimiento de solidaridad con una víctima. Se enfrentó él solo a tres asesinos armados con machetes con el único afán de socorrer a una mujer que estaba siendo atacada con salvajismo y saña. Su espléndido gesto le costó la vida, pero quiero creer, estoy seguro de ello, que el tiempo que tardaron los miserables terroristas en hacerle frente y acuchillarlo hasta acabar con su joven existencia, sirvió para que varias posibles víctimas se pusieran a salvo. Sin duda habría sido preferible que esas personas que huían se hubieran dado la vuelta y como él, hubieran hecho frente a los abyectos fanáticos, pero eso es demasiado pedir a una sociedad sumisa y amedrentada. Adormecida, pasiva, acomplejada, amoral, que ha renunciado a sus valores, que se avergüenza de sus antepasados, que no respeta su historia ni su cultura. Que practica una especie de autoxenofobia. Por eso, por emerger de ese pozo de ruindad, su gesto tiene tanto valor y no debe caer en el olvido. Exponer su vida por salvar las de los demás es una expresión de suprema nobleza. Es un grito en la oscuridad, una esperanza de que no todo está perdido. Nos permite seguir creyendo en la grandeza de la condición humana. Debe ser un ejemplo para todos, empezando por los políticos, esos políticos pusilánimes, acomodaticios, cobardes, cuando no directamente idiotas o malvados. Y siguiendo por toda una sociedad envejecida y adocenada, que cual avestruz, esconde la cabeza esperando que pase el peligro, o por lo menos que el próximo atentado no le afecte personalmente, que suceda en otra parte cualquiera de esta civilización que se desintegra a marchas forzadas.      
Nos ha costado siglos de lucha y sacrificios vivir en una sociedad abierta, donde se respeta la libertad individual y la vida del prójimo, donde se reconocen los mismos derechos a las personas independientemente de su género, de su tendencia sexual, de su religión, su raza o su nacionalidad. Una nueva vieja cultura donde esos derechos están proscritos está amenazando muy seriamente nuestros valores y nuestra manera de entender la vida.    
Resulta hasta doloroso ver cómo reaccionan en otros países de nuestro entorno ante hechos similares. Clint Eastwood tiene 87 años pero sigue trabajando y actualmente está rodando una nueva película. Trata sobre los militares estadounidenses que en un tren de pasajeros que hacía el trayecto Amsterdam – París, desbarataron el intento de atentado de un terrorista, abalanzándose sobre él y reduciéndolo. Fueron recibidos como héroes en EE.UU. y ahora su gesto va a ser inmortalizado en una película. Muy merecido, sin duda, pero eran tres hombres entrenados contra uno solo, aunque armado hasta los dientes; y además actuaron en defensa propia, porque de no hacerlo, habrían sido asesinados por el terrorista. Echeverría se enfrentó él solo a tres hombres armados con machetes, y no lo hizo en defensa propia, sino para auxiliar a otra persona que ni conocía. Podía haber huido, pero prefirió enfrentarse al terror y lo pagó con su vida. ¿Creen que alguien en España le va a dedicar una película?
Y si algún día la hacen no quiero ni maginar cómo la enfocarían.
Yo no quiero dejar a mis descendientes un mundo peor que el que a mí me legaron mis ancestros. El ejemplo de Ignacio Echeverría debe servirnos de soporte y darnos fuerza para combatir la amenaza. Su sacrificio no puede ser estéril, debe ser fecundo. Debemos tener siempre presentes su valentía, su integridad moral y su solidaridad; y tratar de emularlo. No profanemos su memoria.  


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