miércoles, 16 de agosto de 2017

Tal día como hoy de 1519 Cortés ordenó destruir sus naves.

Un grupo numeroso estaba tramando un complot para apoderarse de varios navíos y regresar a Cuba, entre ellos había alguna gente de calidad. Uno de los que estaban en el contubernio se arrepintió a última hora y advirtió a nuestro capitán. Cortés nos reunió a los más fieles y nos ordenó detener inmediatamente a los conjurados.
Después se les hizo un juicio sumarísimo, los principales instigadores, Juan Escudero y el piloto Diego Cermeño, fueron condenados a muerte y ahorcados. Este piloto era un tipo singular, en más de una ocasión me demostró que era capaz de oler la tierra a varias millas de distancia, mucho antes de que se pudiera divisar.  
Algunos otros de los implicados escaparon con una ración de latigazos, y a Gonzalo de Umbría le cortaron los dedos de un pie. Hasta el padre Juan Díaz formaba parte de la intriga. Había rumores de que algún capitán también estaba en el ajo, pero ninguno fue castigado, siempre resulta más fácil reprimir a los más débiles.
Si los velazquistas hubieran llevado a cabo su propósito, las consecuencias habrían sido nefastas para la empresa, todo se podría haber ido al traste. Por eso Cortés tomó una decisión tajante, rápida e inflexible.
De allí nadie se iba a marchar antes de que cumplieran la misión para la que se habían comprometido. Llamó a Escalante y a un grupo de sus más fieles. Nos ordenó que nos dirigiéramos a la rada donde estaban los navíos. Hacía días que los marinos le habían advertido que algunas naves estaban siendo carcomidas por la broma, incluso una de ellas ya estaba inservible, pero las demás seguían siendo aptas para la navegación. Cortés decidió que no debía quedar ninguna disponible para ser utilizada. Sin naves no habría más intentos de deserción. Privados de los medios para escapar, nadie pensaría en regresar a Cuba.
Allí habíamos ido para quedarnos. No habría vuelta atrás.
Sacamos de los navíos todo lo que pudiera sernos de utilidad y dimos con ellos al través. Quedaron varados entre las rocas y contemplamos cómo el fuerte oleaje empezaba a deshacerlos. Se acabó la tentación. Con la destrucción de las naves se abortó de raíz cualquier intento de deserción.
Mientras nos afanábamos en aquel menester apareció en el ancón otra nueva embarcación, era la de Francisco de Saucedo, que había quedado en Santiago carenando cuando partió el resto de la flota. Había venido bojeando por todo el litoral hasta dar con nosotros. Traía setenta hombres y nueve caballos. Descargamos todo lo que llevaba a bordo y el barco siguió el mismo destino de los demás.
Allí se quedaron los esqueletos de todos los navíos, prisioneros de las rocas, habíamos roto definitivamente el tenue cordón que todavía nos unía a Cuba.
Nadie debía elucubrar con lo que habíamos dejado detrás. Nuestra vida estaba delante, a poniente. Hacia donde se escondía el sol.

A partir de ese momento nuestra aventura era solo nuestra.

Fragmento de "Con el alma entre los dientes", novela histórica que relata las conquistas de México y Perú. Disponible en Amazon, en digital y en papel.


CON EL ALMA ENTRE LOS DIENTES: De Tenochtitlán a Cajamarca de [Molinos, Luis]


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