miércoles, 16 de agosto de 2017

Quemar las naves.

Quemar las naves. Se “queman las naves”, cuando se toma una decisión irreversible, probablemente cuando se hace el último y desesperado intento para lograr algún fin. ¿Pero cuál es el origen de la expresión?
Fue un 16 de agosto de 1519 cuando Hernán Cortés ordenó destruir sus naves. Hacía varios meses que habían desembarcado en lo que se conocía como Tierra Firme y ya habían tenido suficientes evidencias de que se estaban acercando a un imperio de enormes proporciones. En la pequeña tropa que comandaba, existía una facción afín a Velázquez, el Gobernador de Cuba que había intentado en el último momento abortar la expedición de Cortés, sin conseguirlo. Este grupo fue todo el tiempo criticando las decisiones de Cortés, y al evidenciarse ya sin ningún género de dudas que se iban a enfrentar a un enemigo muy poderoso, se confabularon para regresar a la isla. El capitán fue informado de lo que se estaba tramando y de inmediato ordenó apresar a los cabecillas, les sometió a un juicio sumarísimo y dos de ellos fueron ahorcados. Otros escaparon con una ración de latigazos. Cortés contaba con unas fuerzas muy escasas y si se hubiera producido una deserción importante, le hubiera resultado de todo punto imposible seguir adelante con la empresa. Para que nadie más tuviera tentación de desertar, ordenó en aquel punto destruir las naves. Sacaron de ellas todo lo que podía ser de utilidad, soltaron las amarras, y dejaron que el fuerte oleaje las estrellara contra las rocas hasta que se hicieron añicos. Al destrozar los barcos se eliminó cualquier intento de abandono. 
Esta acción, decidida y temeraria, parece que está en el origen de la expresión “quemar las naves”. Hay, no obstante, quien remonta el origen de la expresión a una acción similar de Alejandro Magno al llegar a la costa Fenicia y comprobar que se iban a enfrentar a un enemigo muy superior en número.
En cualquier caso, la contundente determinación de Hernán Cortés, obligó a sus hombres a emprender el camino hacia el interior del país, lo que les llevaría a conquistar el Imperio Azteca. Con otra persona al mando, probablemente la historia habría sido muy distinta.     

Tal día como hoy de 1519 Cortés ordenó destruir sus naves.

Un grupo numeroso estaba tramando un complot para apoderarse de varios navíos y regresar a Cuba, entre ellos había alguna gente de calidad. Uno de los que estaban en el contubernio se arrepintió a última hora y advirtió a nuestro capitán. Cortés nos reunió a los más fieles y nos ordenó detener inmediatamente a los conjurados.
Después se les hizo un juicio sumarísimo, los principales instigadores, Juan Escudero y el piloto Diego Cermeño, fueron condenados a muerte y ahorcados. Este piloto era un tipo singular, en más de una ocasión me demostró que era capaz de oler la tierra a varias millas de distancia, mucho antes de que se pudiera divisar.  
Algunos otros de los implicados escaparon con una ración de latigazos, y a Gonzalo de Umbría le cortaron los dedos de un pie. Hasta el padre Juan Díaz formaba parte de la intriga. Había rumores de que algún capitán también estaba en el ajo, pero ninguno fue castigado, siempre resulta más fácil reprimir a los más débiles.
Si los velazquistas hubieran llevado a cabo su propósito, las consecuencias habrían sido nefastas para la empresa, todo se podría haber ido al traste. Por eso Cortés tomó una decisión tajante, rápida e inflexible.
De allí nadie se iba a marchar antes de que cumplieran la misión para la que se habían comprometido. Llamó a Escalante y a un grupo de sus más fieles. Nos ordenó que nos dirigiéramos a la rada donde estaban los navíos. Hacía días que los marinos le habían advertido que algunas naves estaban siendo carcomidas por la broma, incluso una de ellas ya estaba inservible, pero las demás seguían siendo aptas para la navegación. Cortés decidió que no debía quedar ninguna disponible para ser utilizada. Sin naves no habría más intentos de deserción. Privados de los medios para escapar, nadie pensaría en regresar a Cuba.
Allí habíamos ido para quedarnos. No habría vuelta atrás.
Sacamos de los navíos todo lo que pudiera sernos de utilidad y dimos con ellos al través. Quedaron varados entre las rocas y contemplamos cómo el fuerte oleaje empezaba a deshacerlos. Se acabó la tentación. Con la destrucción de las naves se abortó de raíz cualquier intento de deserción.
Mientras nos afanábamos en aquel menester apareció en el ancón otra nueva embarcación, era la de Francisco de Saucedo, que había quedado en Santiago carenando cuando partió el resto de la flota. Había venido bojeando por todo el litoral hasta dar con nosotros. Traía setenta hombres y nueve caballos. Descargamos todo lo que llevaba a bordo y el barco siguió el mismo destino de los demás.
Allí se quedaron los esqueletos de todos los navíos, prisioneros de las rocas, habíamos roto definitivamente el tenue cordón que todavía nos unía a Cuba.
Nadie debía elucubrar con lo que habíamos dejado detrás. Nuestra vida estaba delante, a poniente. Hacia donde se escondía el sol.

A partir de ese momento nuestra aventura era solo nuestra.

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CON EL ALMA ENTRE LOS DIENTES: De Tenochtitlán a Cajamarca de [Molinos, Luis]


domingo, 13 de agosto de 2017

El 13 de agosto de 1521 se acabó para siempre el Imperio.

Y así se ha perdido el pueblo mexicano, el tlatelolca. Ha dejado abandonada su ciudad. En Amáxac estábamos todos, ya no teníamos escudos, no teníamos macanas, no teníamos comida, no teníamos nada para beber. Toda la noche llovió sobre nosotros.
Salen del agua Cuauhtemoctzin, Topantemoctzin, Temilotzin y Coyohuehuetzin. Ya los llevan a donde está el capitán. Allí está el capitán con Malintzin y con Tonatiuh Alvarado. Ya los hacen prisioneros. Ya sale la gente del pueblo de sus escondites. Ya no hay escondites. Van con andrajos, van sucios, llevan los huesos a flor de piel. Las mujeres solo llevan trapos viejos en sus cabezas. Marchan como si ya no fueran de este mundo. Ya no son de este mundo. Ya no tienen mundo. Las más jóvenes se envejecen, se afean, embadurnan sus caras con lodo, ensucian sus cabellos. Desean ocultar los restos de hermosura. Por todas partes buscan los cristianos, les abren las faldas, les pasan la mano por sus senos, por sus brazos, por sus piernas.
En un año 3-Casa es conquistada la ciudad. Le gente que queda se dispersa por los pueblos vecinos.
Los cristianos buscan oro. Se pregunta a las personas, ¿dónde está el oro? Se registra, se investiga, se mira si lo esconden en los escudos, si en las insignias de guerra, si en el bezote, si en la luneta de la nariz, si en el pendiente de la oreja. En todas partes se mira.      
Se ha perdido el pueblo mexicano. El llanto se extiende, las lágrimas corren por Tlatelolco. Llorad mexicanos, la nación se ha perdido, el pueblo se ha perdido. Abandonan la ciudad. ¿Adónde irán? Nadie les quiere, los otros pueblos les han dado la espalda, los afligen, se burlan de ellos, los matan a traición. Llorad amigos, solo nos quedan las lágrimas.

Cuauhtémoc estaba esperando el ataque y tenía preparadas cincuenta canoas cargadas con sus pertenencias y listas para partir si se veía obligado a abandonar la ciudad. Cuando vio que las naves se le venían encima pensó que la situación era insostenible y se embarcó con toda su familia y sus principales, intentando escapar del cerco. Avisaron de la maniobra a Sandoval y este envió tras él a García Holguín, que comandaba el bergantín más marinero de los que teníamos. Entre las docenas de canoas que escapaban distinguió una más grande y mejor aderezada, y se dirigió a ella dándole pronto alcance. Bajo un toldo iba el gran señor de México. Al apresarlo no opuso resistencia, solo pidió que le llevaran a él y que respetaran a sus mujeres y familia. Holguín ya tenía instrucciones de mostrarse respetuoso, le hizo subir a bordo junto a su mujer y sus principales, y puso proa hacia el real de Cortés. Enterado Sandoval de que se había detenido a Cuauhtémoc, apremió a sus remeros para alcanzar el navío de Holguín y le reclamó el prisionero. Se negó este alegando que él lo había detenido y a él correspondía el honor de entregarlo. Se enzarzaron en una discusión, Sandoval argüía que era él quien estaba al mando, y Holguín que él había sido el autor material del arresto. Avisaron a Cortés y este envió a los capitanes Luis Marín y Francisco Verdugo para que sin más dilación ordenaran a los dos hombres dejar sus cuitas y traer al prisionero. Finalmente los dos acompañaron a Cuauhtémoc ante Cortés, llevándolo cada uno asido de un brazo. Era un hombre joven, no aparentaba más de veinte años.
Cuando se encontró ante el capitán se arrodilló y dijo:
-Señor Malinche, hice cuanto pude por defender mi ciudad y mi pueblo. No he podido hacer más. Puesto que me habéis vencido, tomad ese puñal que lleváis en el cinto y dadme muerte. Solo os pido que respetéis la vida de mi mujer y la de mi familia.  
Cortés le ayudó a incorporarse y le invitó a sentarse en un sillón que había dispuesto. Le dijo que lo consideraba un bravo hombre que había cumplido con su deber y que no pensaba matarlo sino, antes al contrario, respetar su condición de rey de su pueblo.
Era 13 de agosto de 1521, martes, día de San Hipólito, tronaba y llovía como si se hubieran abierto de golpe las compuertas de los cielos.

Ese día terminó el Imperio de México-Tenochtitlan. 

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Opiniones de lectores

on August 4, 2017
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En digital.

lunes, 7 de agosto de 2017

Cui prodest?

El 8 de agosto de 1897 el Presidente del Consejo de Ministros, don Antonio Cánovas, estaba pasando unos días de descanso en el balneario donostiarra de Santa Águeda. Leía tranquilamente la prensa sentado en un banco, cuando se le acercó por detrás un hombre joven que se alojaba en el establecimiento. Cuando estuvo a un par de metros, sacó de su bolsillo un revolver y le disparó al pecho y a la cabeza. El político cayó al suelo y el asesino lo remató con un tercer tiro. Después se quedó quieto, esperando que lo detuvieran. Cuando lo interrogaron alegó que había cometido el magnicidio para vengar la muerte de sus compañeros anarquistas fusilados algún tiempo antes en Barcelona.
Cánovas era el más firme defensor de la españolidad de Cuba y el máximo sostén de Weyler y su dura línea de actuación. Se había comprometido en defender la presencia de España en la isla “hasta el último hombre y la última peseta”.
Su asesino resultó ser Michelle Angiolillo, un anarquista italiano que teóricamente actuó solo, movido por un sentimiento de venganza. Se le sometió a un juicio sumarísimo y fue condenado a muerte y ajusticiado con garrote vil, doce días más tarde, en la cárcel de Vergara. Cuando se investigó su pasado se supo que tenía relaciones con grupos cercanos al doctor Betances, un conocido defensor de la insurrección cubana.
En cuanto se conoció la noticia la gente empezó a temer que Weyler fuese relevado.

-Independientemente de que condeno este atroz magnicidio -decía el padre Patrocinio-, y de que elevo mis oraciones por el alma de don Antonio, tengo que añadir que su muerte es muy mala noticia para todos nosotros. Cánovas era el más firme defensor de Weyler, él fue el que nos lo envió. Y el resultado a la vista está, cuando llegó, los rebeldes estaban a punto de entrar en La Habana y ahora están al borde de la aniquilación. Weyler parece hecho para la guerrilla, como si se hubiera criado en un bohío, es incansable e implacable. Cánovas lo sabía y confió en él. Don Antonio era un estadista brillante y un hombre fuerte. Los hombres débiles provocan las guerras o las consienten, los hombres fuertes son capaces de evitarlas o de aminorar sus efectos. Mucho me temo que la desaparición de Cánovas no nos va a aportar nada bueno. Tengo muy claro que nos perjudica notablemente. Entonces hay que preguntarse, ¿beneficia a alguien este cobarde asesinato? Pues sí, beneficia claramente a los partidarios de la guerra, a los revolucionarios y a los jingos de los Estados Unidos. Amigo mío, en acontecimientos de singular trascendencia hay que preguntarse siempre ¿cui prodest?, ¿quién se beneficia? Y es posible que llegue a encontrar alguna explicación lógica en un hecho en apariencia irrazonable. Creo poco en el azar. Ese pobre hombre asesinó a don Antonio, pero ¿quién apretó el gatillo realmente?

Fragmento de "La indiana Manuela", novela histórica que se desarrolla en la Cuba de finales del siglo XIX. 
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La indiana Manuela de [Molinos, Luis]

martes, 1 de agosto de 2017

¿Dónde se esconde?

Cuando se fundieron las nieves echó a andar. Su padre se había marchado unos años antes y nunca volvió. Su hermano mayor fue tras sus pasos y tampoco regresó. Ahora le tocaba a él. 
Los más viejos del clan aventuraban ideas pero nadie tenía certezas. Algunos narraban historias fantásticas y él quería vivirlas. 
Vadeó ríos, superó montañas, atravesó desfiladeros, soportó ventiscas y tormentas, esquivó a guerreros de otros clanes rivales y supo escapar de lobos y osos. Era muy joven, muy fuerte y estaba decidido a llegar hasta el final. Caminó siempre hacia donde se escondía el sol. Por la mañana lo tenía a la espalda, al poco lo sentía sobre su cabeza, enseguida lo adelantaba y se alejaba deprisa. “Ya te alcanzaré, veré dónde te escondes, conoceré tu secreto”.  Caminó sin descanso hasta que llegó al fin de la tierra. Y lo vio. Se hincó de rodillas y lloró de la emoción. Jamás había visto algo tan inmenso, tan llano, tan azul, tan plácido, tan hermoso. Era la hora del ocaso, el sol iniciaba el descenso, pronto alcanzó la superficie, allá a lo lejos, y comenzó a desaparecer. Le llegó el ruido que hacía al hundirse, como el que emite un palo ardiendo cuando se mete en el agua.
Por fin descubrió el secreto. Cada noche se escondía en el mar.