martes, 25 de julio de 2017

La batalla de Clavijo.

El año 783, Mauregato accedió al trono de Asturias auxiliado por Abderrahman I, a la sazón emir de Córdoba. El andalusí exigió como tributo por su ayuda la entrega anual de cien vírgenes cristianas. A Mauregato le sucedió Bermudo I y a este Alfonso II el Casto, quien se negó a seguir pagando el humillante tributo y se enfrentó al Emirato en la batalla de Lutos, en el año 794. Ganó y rompió el acuerdo.
Unos años después, Abderrahman II reclamó de nuevo el pago de las doncellas. Por entonces reinaba en Asturias Ramiro I, que se negó a satisfacer las intenciones del emir omeya de Córdoba. Para dirimir la cuestión las huestes de uno y otro se enfrentaron en la Batalla de Clavijo, el año 844. Cuentan las crónicas que el Apóstol Santiago acudió en un caballo blanco en auxilio del rey cristiano.
   Cae pronta la oscurecida
e interrumpe la batalla.
Cada bando se retira
a cuidarse las heridas
y a preparar la mañana.
   Reza con fe el buen Ramiro,
pidiendo a Dios que le asista,
hasta que queda dormido.
   ¡En sus sueños ha tenido
una celestial visita!
   “Soy Santiago -le ha hablado-,
a éste, tu pueblo y el mío       
el Señor me ha encomendado
y no voy a abandonaros
en tiempos de desafío.
De mañana, en la alborada,
lanza a tus tropas sin  miedo.
Yo acudiré con mi espada
a dar muerte al sarraceno
junto a tus bravos guerreros
y a los ángeles del cielo”.
   Cuenta Ramiro a sus hombres
la ayuda que el cielo manda.
Todos invocan su nombre:
   -¡El Santo Apóstol nos llama
en la defensa de España!
   Con nuevos bríos se lanzan
contra las huestes del moro.
   En blanco corcel cabalga
blandiendo firme la espada,
junto a ellos, el Apóstol.

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