domingo, 19 de febrero de 2017

La expulsión.

El día 21 de septiembre todos los nobles del territorio fueron convocados por el Virrey Marqués de Caracena para un asunto que se sospechaba era de la máxima gravedad. Mi señor acudía junto a su hijo y me ordenó que los acompañase. Tuve que ir con ellos, dejando a mi joven esposa al cuidado de la guarnición, ¿cómo iba a suponer que dentro de las murallas podía correr algún peligro?
Una vez congregados en su Palacio, el señor Marqués dio cuenta a los nobles del Real Decreto que el día 11 de ese mismo mes había firmado S.M. el Rey Don Felipe III, en el que se ordenaba la inmediata expulsión de todos los moriscos.
Se daba un plazo de tres días para que todos fuesen embarcados. Tres días. Bajo pena de muerte. No se les permitía sacar de sus viviendas más que los bienes que pudiesen llevar consigo y se prohibía que al marchar destruyeran sus casas o cosechas.
La noticia se venía rumoreando desde hacía semanas, o incluso meses, pero un hecho de tanto respeto, aún esperado, siempre alcanza desprevenido. Mi primer deseo fue regresar de inmediato junto a mi esposa, pues debo decir que aunque la orden de expulsión excluía a las mujeres moriscas que hubiesen desposado con cristianos viejos, enseguida intuí que nos veríamos atrapados por los acontecimientos que se iban a precipitar.
El Bando que el Virrey nos anticipó, el mismo que iba a pregonarse por las calles del Reino, era terminante: Su Majestad el Rey, agotadas todas las diligencias y medidas de gracia tendentes a instruir a los moriscos en la Santa Fe, constatando el poco aprovechamiento logrado, su pertinacia en la apostasía, su prodición, y consciente del evidente peligro de todo ello se infería para sus reinos, habiéndose hecho encomendar a Nuestro Señor y confiando en su divino favor, resolvía que se sacaran todos los moriscos de nuestro Reino de Valencia y se echaran a Berbería.  
En consecuencia, el Virrey ordenaba que todos los moriscos del Reino, así hombres como mujeres con sus hijos, salieran del lugar donde tuvieren sus casas y fuesen a embarcarse en el plazo de tres días para pasarlos a Berbería. Que no llevasen consigo sino los muebles que pudiesen sobre sus personas. Los que no cumplieren con lo establecido incurrirían en pena de vida.

A los efectos de asegurar el viaje, las autoridades cuidarían de que no recibieran mal trato, ni de obra ni de palabra, y les proveerían del bastimento necesario para su sustento durante la embarcación.

Fragmento de "El salto del Caballo Verde", novela que se desarrolla entre el siglo XVII y la actualidad. Disponible en Amazon.


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El salto del Caballo Verde de [Molinos, Luis]

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