lunes, 6 de febrero de 2017

El padre de Alejandro.

El último faraón egipcio autóctono fue Najthorhabet; Nectanebo II para los griegos. Cuando el ejército persa de Artajerjes III le derrotó e invadió el país, sobre el 350 a.C., el faraón huyó primero a Menfis y después acabó refugiándose en Nubia. Allí estuvo dos años y finalmente se trasladó a Macedonia invitado por el rey Filipo. Nectanebo era una persona con grandes poderes, había aprendido de los sacerdotes de Amón artes desconocidas para los demás hombres y era capaz de hacer cosas mágicas. Podía adivinar el futuro y conseguía sanar o hacer enfermar a otros practicando ritos secretos. Su fama se propagó enseguida y Olimpia de Epiro, la esposa de Filipo, convenció a su esposo para que lo albergaran en su palacio. Filipo era un guerrero que pasaba mucho tiempo en campaña con su ejército, Olimpia era joven y hermosa, y Nectanebo además de mago era hombre vigoroso, ¿qué podía suceder? 
A Nectanebo, dadas sus extraordinarias facultades, no le debió resultar muy difícil convencer a la reina de lo que el futuro le tenía reservado. Le aseguró que tendría un hijo con Amón y que ese hijo conquistaría el mundo. Lo único que tenía que hacer era esperar la visita del dios en su dormitorio y recibirlo con amor. Los poderes de Nectanebo le permitían transformarse en otra persona o en un animal, y desde luego era capaz de transformarse en un dios para los ojos de una mujer subyugada. Durante varias noches Nectanebo fue Amón y Olimpia yació con él y concibió un hijo que conquistó el mundo, el gran Alejandro.
Toda esa historia había sido anticipada por los sabios sacerdotes. Cuando el faraón escapó a Nubia, sus partidarios fueron a consultar con el oráculo para saber si iba a regresar. El oráculo les dijo: “El faraón regresará dentro de unos años, pero no más viejo sino rejuvenecido, y ese joven faraón derrotará y someterá a nuestros enemigos los persas”. No regresó Nectanebo sino Alejandro. El joven faraón llegó, derrotó a los persas y los liberó de su yugo.

Cuando Alejandro fue a Egipto, lo primero que hizo fue ir al oasis de Siwa para consultar al oráculo de Amón. Atravesó el desierto favorecido por lluvias puntuales, y respetado por el terrible simún que sepultó al ejército persa del rey Cambises. Al llegar le planteó al augur tres preguntas, sólo conocemos dos de ellas con sus respuestas. A la primera, el oráculo le confirmó que él era hijo del dios, a la segunda, que dominaría el mundo. Por eso hizo lo que hizo. La tercera pregunta nunca la conoceremos.

LOS LIBROS DE ALEJANDRÍA de [Molinos, Luis]


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