domingo, 22 de enero de 2017

Los libros de Alejandría

El último faraón egipcio autóctono fue Najthorhabet, Nectanebo II para los griegos. Cuando el ejército persa de Artajerjes III le derrotó e invadió el país, sobre el 350 a.C., el faraón huyó primero a Menfis y después acabó refugiándose en Nubia. Allí estuvo dos años y finalmente se trasladó a Macedonia invitado por el rey Filipo. Nectanebo era una persona con grandes poderes, había aprendido de los sacerdotes de Amón artes desconocidas para los demás hombres y era capaz de hacer cosas mágicas. Podía adivinar el futuro y conseguía sanar o hacer enfermar a otros practicando ritos secretos. Su fama se propagó enseguida y Olimpia de Epiro, la esposa de Filipo, convenció a su esposo para que lo albergaran en su palacio. Filipo era un guerrero que pasaba mucho tiempo en campaña con su ejército, Olimpia era joven y hermosa, y Nectanebo además de mago era hombre vigoroso, ¿qué podía suceder? 
A Nectanebo, dadas sus extraordinarias facultades, no le debió resultar muy difícil convencer a la reina de lo que el futuro le tenía reservado. Le aseguró que tendría un hijo con Amón y que ese hijo conquistaría el mundo. Lo único que tenía que hacer era esperar la visita del dios en su dormitorio y recibirlo con amor. Los poderes de Nectanebo le permitían transformarse en otra persona o en un animal, y desde luego era capaz de transformarse en un dios para los ojos de una mujer subyugada. Durante varias noches Nectanebo fue Amón, y Olimpia yació con él y concibió un hijo que conquistó el mundo, el gran Alejandro.
Toda esa historia había sido anticipada por los sabios sacerdotes. Cuando el faraón escapó a Nubia, sus partidarios fueron a consultar con el oráculo para saber si iba a regresar. El oráculo les dijo: “El faraón regresará dentro de unos años, pero no más viejo sino rejuvenecido, y ese joven faraón derrotará y someterá a nuestros enemigos los persas”. No regresó Nectanebo sino Alejandro. El joven faraón llegó, derrotó a los persas y los liberó de su yugo.

Cuando Alejandro entró en Egipto, lo primero que hizo fue ir al oasis de Siwa para consultar al oráculo de Amón. Atravesó el desierto favorecido por lluvias puntuales, y respetado por el terrible simún que sepultó al ejército persa del rey Cambises. Al llegar le planteó al augur tres preguntas, sólo conocemos dos de ellas con sus respuestas. A la primera, el oráculo le confirmó que él era hijo del dios, a la segunda, que dominaría el mundo. Por eso hizo lo que hizo. La tercera pregunta nunca la conoceremos.

Fragmento de "Los libros de Alejandría", novela histórica sobre la gran biblioteca. Disponible en Amazon.

LOS LIBROS DE ALEJANDRÍA de [Molinos, Luis]

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