viernes, 4 de marzo de 2016

En defensa del ujier.

He estado siguiendo la sesión de investidura y me ha llamado la atención un hecho ciertamente lamentable. Cada vez que un diputado o diputada se situaba en el estrado para deleitarnos con la correspondiente retahíla de lugares comunes, un caballero de cierta edad subía los escalones que llevan al atril con un vaso de agua para su señoría. Este señor iba embutido en un circunspecto uniforme acompañado de la correspondiente corbata perfectamente anudada al gollete. Una vestimenta impecable pero a todas luces molesta. Sin embargo, la señoría de turno vestía en ocasiones de modo que podríamos calificar como desenvuelto, tal vez rozando la ordinariez. Me parece humillante. ¿Por qué se obliga a un empleado subalterno a vestir de modo encorsetado e incómodo mientras los próceres de la patria van como si estuvieran en un chiringuito de la playa? Reclamo el derecho de los ujieres a vestir pantalón corto y chancletas, si ese es su deseo, para que puedan realizar su labor de un modo más relajado y placentero. Mantenerlos oprimidos en los uniformes me retrotrae a los tiempos de la esclavitud, es una prueba fehaciente de que no se han eliminado las odiosas diferencias de clase. Estas señorías que tan preocupados se muestran con las desigualdades sociales deberían empezar por eliminarlas de su lugar de trabajo (es un decir). Es una falta de respeto a los humildes trabajadores obligarlos a vestir de un modo que esquivan alegremente los que deberían dar ejemplo. Si los diputados y diputadas persisten en acudir al Congreso, el recinto en el que están representando a todos los ciudadanos, como si se acabaran de levantar de la cama después de haber dormido con la ropa puesta, justo es que los ujieres y demás empleados del lugar vistan como les venga en gana.

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