viernes, 2 de diciembre de 2016

¡Buen Camino!

Llegar a Santiago de Compostela después de recorrer centenares de kilómetros, caminando durante muchos días seguidos, es uno de los mayores gozos que puede experimentar el ser humano.
Alcanzar la catedral es la culminación de un objetivo conquistado a base de un esfuerzo sostenido, de un festivo sacrificio constante, de una tenacidad y determinación mantenidas durante muchas jornadas.
La alegría que experimenta el ánimo al constatar que hemos logrado el fin que nos propusimos estalla en un abanico de felicidad que se amalgama con las venerables piedras del templo. El alma se funde con las de los millones de peregrinos que a lo largo de los siglos nos precedieron por el camino de la búsqueda y purificación de nuestro yo intangible. Sentimos la inmensa emoción de haber llegado a un lugar santo, de haber culminado un viaje existencial.
Al contemplar el enérgico balanceo del botafumeiro, llenando de suaves aromas las naves de la catedral, se olvidan de un plumazo todos los afanes pasados, nos sentimos ligeros como nunca antes, y sentimos que podríamos volar al compás del majestuoso incensario.      
Todo el mundo debería hacer el Camino al menos una vez en la vida.
Peregrino es una de las más hermosas palabras del idioma castellano, de armonioso sonido, suave, reposado, sedoso. Tiene diversos significados.
Peregrino es el que va de romería a un santuario o lugar sagrado.
Peregrino es el que anda por tierras extrañas.
Peregrinas son las aves que migran de un lugar a otro, como el halcón peregrino.
Peregrino es algo extraño, raro, insólito. Peregrino es también, aquello que resulta absurdo y sin sentido.
Peregrino es en fin, poéticamente, algo que está adornado de singular hermosura y perfección.
Peregrinar es, en sentido figurado y familiar, andar de un lugar a otro buscando o resolviendo algo.
Los seres humanos hemos estado durante miles de años, cientos de miles de años tal vez, moviéndonos sin cesar, yendo de un lugar a otro en busca de comida y agua, huyendo de los depredadores o escapando de un entorno adverso.
Esa necesidad de desplazarnos forma parte de nuestra naturaleza.

Los hombres no solo se trasladaban por necesidades físicas, sino también por anhelos anímicos. Cuando creían conocer perfectamente su entorno inmediato se preguntaban qué había más allá y partían en busca de nuevos horizontes, de nuevos retos. El hombre primitivo veía cada mañana asomar el sol por el mismo lugar, recorrer el cielo y ocultarse por el lado opuesto. ¿Adónde iba cada día el sol?, se preguntaba, ¿dónde se ocultaba y por qué? En pos de ese sol que le calentaba y le daba la vida marcharía hacia el poniente, hasta llegar al fin de la tierra. 

Fragmento de "El Camino de Santiago para jubilados", un libro que tiene el propósito de animar a las personas poco habituadas a las largas caminatas a lanzarse a realizar el Camino.
Disponible en Amazon.


Opiniones de clientes


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El Camino a Santiago para Jubilados, resulta ser una excelente guía para aquellas personas de mayor edad que desean emprender esta maravillosa, exitante y motivadora aventura; este libro está excelentemente bien documentado, iniciando con la historia y orígenes de El Camino y luego va explicando detalladamente cada punto de interés que se encuentra en El Camino; terminando con una excelente estadistica sobre las personas por sexo, edad, nacionalidad y recorridos de los peregrinos que han alcanzado la meta y conseguido su Certificado Oficial La Compstela... Excelente y recomendable, especialmente para mayores de edad, yo tengo 69 años y vivo en Toluca, México, leer este libro, me ha motivado a emprender este viaje y creo que lo haré cuando ya tenga 70 si Dios me concede salud y vida!


El Camino de Santiago para jubilad@s (y otras gentes de poco andar) de [Molinos, Luis]

viernes, 18 de noviembre de 2016

La frontera de los dioses.

Ludovico bajó los escalones del pórtico, dio unos pasos esquivando los restos de maderos humeantes y se detuvo apoyado en el bordón. Contempló con horror los restos de la masacre.
El campanario se había derrumbado arrastrando toda la fachada izquierda del templo. Las enormes piedras ennegrecidas por el humo se hallaban esparcidas conformando un desgarrador conjunto. Se asombró de no poder localizar las campanas que había oído caer durante la noche. Un gran charco de agua sucia llenaba el lugar donde, probablemente, habían impactado contra el suelo.
Levantó el brazo para despedirse de su amigo, el viejo monje guardián, y éste le correspondió enviándole su bendición, haciendo con la mano tres veces la señal de la cruz. Después el anciano se giró y regresó a las ruinas de la iglesia.
Ludovico se santiguó y emprendió la marcha con rapidez por las callejas salpicadas de cadáveres, entre los rescoldos del atroz incendio.
Pronto se encontró fuera de la villa.
Caminó envuelto en un espeso silencio; se diría que hasta los pájaros habían huido espantados por la crueldad de la batalla.
Durante un buen rato, los únicos sonidos que le acompañaron fueron el del roce de sus piernas contra los sayones de la capa y el del golpeteo del bordón contra el suelo.
El sol despuntando frente a él le infundió un hálito de esperanza. Entre el caos de destrucción, dolor, muerte y desesperanza, al menos el astro de vida volvía con su normalidad cotidiana
Aún no se explicaba cómo era posible que continuara entre los vivos. Sin duda habría intervenido el Apóstol, no existía más explicación.
Ahora se volvía a sentir deudor del Santo. Había sido capaz de saldar la deuda por su hijo Jacobo pero asumía que había contraído una nueva. 
Al llegar a la parte alta del monte, desde donde dos días antes había divisado con gran gozo la villa, se detuvo a descansar y a contemplar lo que había dejado atrás.
Sentado en una roca observó con detenimiento todo cuanto se ofrecía a sus ojos.

La tormenta había pasado como un gigante que hubiese limpiado todo a su paso. El cielo lucía un azul intenso, profundo y limpio, ni la más pequeña nube había quedado atrás. Se podía distinguir con nitidez a muchas leguas de distancia. Tan sólo en la dirección de la ciudad se interrumpía la nítida visión con las columnas de humo que se elevaban hacia el cielo, allá a lo alto. Subían y subían debilitándose a medida que alcanzaban altura pero resistiéndose a desaparecer completamente. Se diría que eran señales que avisaban, lo más lejos posible, a todas las buenas gentes de los alrededores, del horror sufrido.

Fragmento de "La frontera de los dioses", novela histórica que se desarrolla en la Edad Media, en tiempos de Almanzor. Disponible en Amazon. 


LA FRONTERA DE LOS DIOSES de [Molinos, Luis]

miércoles, 14 de septiembre de 2016

La perla de al Ándalus

La negra la agarró por la muñeca y tiró de ella sin muchos miramientos. La llevó por un arriate que costeaba un hermoso jazmín en el que aún sobrevivían algunas flores. La planta camuflaba con su frondosidad una estrecha puerta por donde se introdujeron accediendo a un pequeño habitáculo en el que solo había un jergón, un pequeño ataifor y unos cuantos trastos desordenados en un rincón.
Una vez en el interior, la mujer se plantó ante la muchacha con las piernas separadas y los brazos en jarras y la miró de arriba abajo con expresión de desagrado. Detuvo su vista en el vientre intentando adivinar,
-¿Cuánto hace? -preguntó con una voz ronca que intimidaba a la joven.
-Dos meses -respondió en un susurro.
La negra movió la cabeza con disgusto y profirió unas palabras que la chica no comprendió.
-¿Cuánto dinero llevas?  
Zaida metió la mano en la faltriquera y le enseño el saquito con las monedas.
La mujer se lo arrebató, lo sopesó y lo dejó sobre el ataifor.
-Bien, voy a preparar un bebedizo. Espera aquí. Tardaré un poco.
La muchacha se sentó en el camastro con la cabeza entre las manos. Al quedarse sola volvió a sentirse aterrada. Por un instante tuvo deseos de salir corriendo, volver a su casa y dejar que la vida siguiera su curso.
Al instante siguiente rechazó el impulso.
Nadie se lo iba a perdonar, probablemente ni Abdelaziz entendería la situación. Había escuchado muchísimas veces a las mujeres hablar de tal o cual joven a la que le había ocurrido lo que a ella. Quedaban marcadas para toda la vida. La mayoría acababa en los burdeles del río. Su padre ya no estaba y no podría repudiarla, pero ahora ejercía la autoridad en la casa el hermano, Hassán el rojo, que era todavía más estricto. Sentía pánico al imaginar lo que podría llegar a hacer si se enterara. Nadie debía saberlo, ni siquiera su madre. Cuando se hablaba de estas cosas, las mujeres siempre decían que la negra era una experta, que no dejaba trazas, que hacía un trabajo rápido y limpio, que lo había hecho tantas veces que para ella era tan sencillo como ir al pozo a por agua.
Cierto era que no le había gustado su aspecto; era una mujer desagradable, olía mal, despedía un repugnante tufo a rancio, tenía un expresión irritante con ese labio superior como arrugado. La cabeza era enorme y el pelo crespo y sucio la hacía parecer aún más voluminosa, y su cuerpo era tan grande y gordo que la agobiaba con su presencia. Un momento antes, cuando estaba en el centro del pequeño cuarto, llegó a pensar que le faltaba el aire, que todo se lo quedaba la negra.

Pero ya no había remedio. Además no conocía a nadie más y en cualquier caso, todas decían que esta era la mejor. Tenía que tener en cuenta que la había despertado en mitad de la noche, en cierto sentido era normal que estuviera molesta. Tardaba mucho en regresar, ¿qué estaría haciendo?, un bebedizo dijo, ¿qué clase de bebedizo?, ¿tanto se tarda en preparar uno?

Fragmento de "La perla de al Ándalus", novela histórica que se desarrolla en los inicios del siglo XI en Qurtuba, la capital de al Ándalus, cuando, tras la muerte de Almanzor, inició su declive.
Está disponible en Amazon´
LA PERLA DE AL ÁNDALUS de [Molinos, Luis] 

sábado, 13 de agosto de 2016

El desastre de Annual

- Pues vas muy desorientado. Desde lo de Abarrán el mes pasado todo ha ido a peor y muy deprisa. Los moros se han crecido. ¡Ahí es nada!, recuperaron la posición en unas horas y se quedaron con una batería de montaña completa. Ahora tienen cañones. Las tropas indígenas que había allí se pasaron en masa al enemigo y esto no ha hecho más que empezar. He oído que en unos días Abdelkrim ha multiplicado por cuatro sus fuerzas. Dicen que ya cuenta con doce mil guerreros y se le siguen agregando otras tribus. Silvestre no hace más que pedir refuerzos pero aquí no viene nadie, y eso que el General es amigo del Rey desde hace tiempo. He oído que hace unos días, cuando estábamos avanzando sin contratiempos, el monarca le envió un telegrama en el que escribió: “¡Olé los hombres!, el veinticinco te espero”.
- ¿El veinticinco?
- Sí, el veinticinco de julio, día de Santiago. Santiago matamoros nada menos, ¿no está bien pillado? El Rey quiere que el día de Santiago matamoros lleguemos a Alhucemas y se acabe la guerra. Caprichitos que tienen algunos. Por eso tantas prisas, para complacer al Rey. El General va perdiendo el culo y nosotros pagamos las consecuencias. ¡El día veinticinco nada menos!, así, sin más -dijo chascando los dedos-. Con las ansias por cumplir ese plazo ha metido a las tropas en un agujero y ahora a ver cómo salimos de allí. Para colmo nos llevan a nosotros para solucionarlo. ¡Fíjate la pinta que tenemos!, esto no tiene ni pies ni cabeza. Lo que hace falta son refuerzos de verdad, gente que sepa pelear. 
- ¿Pero quién va a venir? -dije yo-, en el oeste, cerca de Tánger, las tropas están ocupadas en atrapar a Raisuni, al que tienen ya cercado. No creo que allí sobre nadie.
- ¡Pues que las traigan de la península! Yo no sé de dónde las van a sacar, pero a nosotros nos han jodido bien. Ya os digo que lo que pude escuchar ayer pone los pelos de punta. Si hubiera podido me habría ido para España, aunque fuera nadando.
El ambiente que se respiraba era de pesimismo y temor. Todos eran muy jóvenes y sin ninguna experiencia en el combate. La mayoría permanecía en silencio, cabizbajos y fumando sin cesar. Yo iba sentado en el extremo posterior de la camioneta y en cuanto aparecieron los primeros rayos pude contemplar el paisaje por el que transitábamos a través de la polvareda que levantaba el vehículo. Lo que se mostraba a mis ojos era un terreno árido y de tonos mortecinos, mucho más seco que los montes que yo acostumbraba a recorrer en la Yebala. De vez en cuando una pequeña choza en una ladera, otra más arriba rodeada de chumberas, un escuálido rebaño de cabras, una mora que nos contemplaba pasar bajo su gran sombrero de paja, alguna higuera solitaria, retama baja y reseca. Y un horizonte de piedra.
Y sobre todo ello, el sol, el sol que ya abrasaba la lona del camión y resecaba el garguero a esa hora tan temprana.

Cuando nos íbamos aproximando a nuestro destino empezaron a sonar disparos, los temidos pacos. Paac…coo, y después otro, paac…coo. Y otro. Aislados, desperdigados, a modo de tétrico saludo. Al avanzar un poco más se intensificó el tiroteo y rápidamente se convirtió en un poderoso estruendo. Alguien dijo que se estaba librando un combate en toda regla en las proximidades del blocao de Igueriben, a la derecha de nuestro camino.

Fragmento de "Me quedé en Tánger", novela que transcurre en el norte de Marruecos en el siglo XX.
Disponible en Amazon en digital y papel.


ME QUEDÉ EN TÁNGER (Spanish Edition)

viernes, 22 de julio de 2016

Villafranca - O Cebreiro.

Así, entre chasqueo y ronquido, pasa la madrugada, hasta que suena la alarma a las cinco y media. Volvemos a ser los primeros en abandonar el catre, aunque no los primeros en salir al exterior. Alguno nos adelanta en los preparativos.
Nos ponemos en movimiento cuando todavía es de noche, una espléndida noche de temperatura excelente y con miles de estrellas sobre nuestras cabezas. Afortunadamente hoy no nos han engañado con la hora de apertura y podemos fortalecernos con un sólido desayuno.
Bajamos unas escaleras y salimos a la calle del Agua. Hermosa vía jalonada a ambos lados de casonas que hablan de un pasado señorial y próspero. Casi al llegar al final seguimos las flechas amarillas y nos encontramos en el puente sobre el río Burbia. Aquí nos detenemos un momento para disfrutar de la bellísima vista de Villafranca a la incipiente luz del amanecer.
Nada más reemprender el camino tenemos que decidir entre dos alternativas, una flecha señala una empinadísima cuesta, otra lo que parece un suave descenso bordeando el río. Nos inclinamos por la segunda opción y recorremos unos kilómetros disfrutando del sonido del agua contra las piedras y de la visión de la corriente, a ratos mansa,  torrentera a ratos.
Llegados a un punto, las flechas nos desvían en dirección al arcén de una carretera nueva. Las obras de la autopista parece que han provocado un desvío obligatorio en el Camino. Así recorremos varios kilómetros por el arcén de esa carretera secundaria, aunque protegidos de los coches que circulan a nuestro lado por un murete de hormigón. Esta carretera se cruza varias veces con la autopista que se ha construido a una cota mucho más alta y así nosotros la vemos transcurrir una y otra vez pero a decenas de metros por encima de nuestras cabezas.
Nuestro lento caminar junto a los coches que nos pasan veloces y nuestro pequeño tamaño junto a las enormes estructuras de hormigón, nos terminan de sacar del mundo habitual. Estamos en otro mundo, en otra dimensión, estamos en el Camino. Las medidas y las referencias son otras. El tiempo es otro, el tempo es otro. Los objetivos son otros. Llegar, llegar, hay que llegar, después sabremos adónde.
Por fin salimos de la carretera y caminamos por una pista que se dirige hacia un pequeño bosque. Al poco de penetrar en él sentimos una presencia que nos intranquiliza. Aunque ya hace mucho tiempo que amaneció, el día está nublado, y al entrar en el bosque la frondosidad exuberante ha hecho que la luz se atenúe hasta parecer que apenas está amaneciendo.
A la izquierda del camino, en un pequeño prado, hay un grupo de vacas dormitando, pero lo que concentra nuestra atención es una figura que está sobre la senda que tenemos que recorrer. A unas decenas de metros ante nosotros, y agrandándose a cada paso que damos, sentado sobre sus cuartos traseros, un animal inmóvil. No es negro, pero sí muy oscuro, de un color desagradable, opaco, sin brillo, un color como de muerte. Fernando y yo nos miramos, lo señalamos con la vista y nos trasmitimos un sentimiento de inquietud. No hablamos por no enturbiar el silencio reinante. Renuncio a golpear el suelo con mi cayado, lo sostengo sobre el brazo a modo de lanza. Desearíamos que fuera un perro, pero parece demasiado grande para serlo. Sobre su enorme cabeza unas orejas enhiestas denotan que la quietud del animal no es producto del descanso sino de la tensión de la guardia. A pesar de la umbría, podemos ver un brillo siniestro en unos ojos que no se dirigen directamente a nosotros pero que sentimos que sólo están pendientes de nuestro caminar.

Nos gustaría dar media vuelta y alejarnos a toda prisa de allí pero nuestra meta está al frente, más allá del animal. Nuestros pies nos impulsan hacia adelante casi contra nuestra voluntad. Imperceptiblemente hemos ido disminuyendo la velocidad de nuestra zancada, pero no podemos evitar que nos vayamos acercando paso a paso al animal. Estamos en tierra de leyendas y me vienen a la cabeza las del lobishome, los licántropos, los hombres con la maldición del lobo. Al igual que él no nos mira directamente, tampoco nosotros nos atrevemos a fijarle nuestra mirada. Mantenemos la vista en el camino, vigilando la inmovilidad de la bestia con el perfil de los ojos.

Fragmento de Ochos días en el Camino, relato sobre el maravilloso Camino de Santiago.
Disponible en Amazon.


OCHO DÍAS EN EL CAMINO de [Molinos, Luis] 

sábado, 25 de junio de 2016

26 de junio de 1541

Francisco Pizarro era el dueño y señor de todo el Perú, amasaba una inmensa fortuna, poseía encomiendas en las que tributaban 30.000 indios, era propietario de palacios, terrenos, rebaños, barcos y minas, y el rey le había otorgado el título de Marqués.
Y al mismo tiempo se había granjeado numerosos enemigos. El 26 de junio de 1541, un grupo de diez o doce partidarios del hijo de Almagro, al mando de Juan de Herrada, fueron a su casa y lo abatieron a estocadas. El gobernador se encontraba en compañía de unos amigos y de su hermano de madre, Francisco Martín de Alcántara. Cuando oyeron el tumulto, la mayoría de los invitados se apartó y dejó solos a los dos hermanos que, armados de sus espadas, se enfrentaron con arrojo al numeroso grupo de asaltantes. Martín de Alcántara recibió una estocada en el pecho que lo atravesó y cayó muerto. El viejo conquistador se defendió solo durante unos minutos, manteniendo a raya a los que querían acabar con su vida. A pesar de la edad, seguía manteniendo la energía y el coraje que había acreditado durante toda su vida. Conservaba la fuerza y la pericia con la espada que le habían hecho vencedor de mil batallas. Pero los enemigos eran muchos, lo rodearon y le atacaron por todos lados. Lo cosieron a estocadas, en un brazo, en las piernas, en el pecho, una le sajó la garganta y la sangre manó a borbotones, viéndose morir pidió confesión pero se la negaron. Se llevó la mano a la herida, y con los dedos llenos de sangre trazó la señal de la cruz en el suelo. Después se desplomó sobre ella, muerto.  

Curiosamente, el jefe de los asaltantes era Juan de Herrada, el mismo que había actuado de abogado defensor en el juicio de Atahualpa.
Fragmento de "Con el alma entre los dientes", novela histórica que trata de la vida de un hombre que acompañó a Cortés y a Pizarro en la conquista del nuevo mundo.
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CON EL ALMA ENTRE LOS DIENTES: De Tenochtitlán a Cajamarca de [Molinos, Luis]

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miércoles, 22 de junio de 2016

Rusia es culpable.

El 23 de junio Alfonso llegó a comer eufórico, el día anterior Alemania había invadido Rusia.
-Dani, me han dicho los compañeros que Serrano quiere enviar un cuerpo expedicionario. Esta no me la pierdo, ¡prepárate! Mañana hay una manifestación de apoyo a la invasión. Vente conmigo.
Daniel no le dijo nada a su madre. Se levantó como siempre y en vez de ir al colegio se fue con Alfonso al centro. Cuando llegaron a la plaza de Callao ya había varios grupos con banderas y pancartas, se iba incorporando gente nueva muy deprisa y en poco tiempo se llenó todo el lugar. Alfonso se unió a sus compañeros de Universidad formando un grupo muy numeroso, se habían suspendido los exámenes y parecía que todos se habían congregado allí. Por las calles adyacentes no cesaban de llegar pandillas de jóvenes exaltados vestidos con camisas azules, cantando y gritando consignas contra los rojos. En una hora se había desbordado la capacidad de la plaza y el gentío comenzó a moverse hacia Cibeles. Desde los balcones, la gente aplaudía y vitoreaba. Daniel, apretado por todas partes, rodeado de los amigos de su hermano, caminaba excitado y emocionado, se sentía más hombre, como si hubiera crecido de repente, como si de un plumazo hubiera dejado atrás la niñez, era uno más de aquel gentío entregado, entusiasmado ante la perspectiva de alcanzar una meta largo tiempo deseada. Los gritos se repetían una y otra vez: “Vamos a devolverles la visita”. “Nos vamos a cobrar lo que nos deben”. “Los vamos a liquidar de una vez por todas”.
La multitud llegó al cruce con la calle de Alcalá y se detuvo ante el edificio de la Secretaría General. Al balcón se asomaron varias personas y en el centro de ellas apareció la figura de Serrano Suñer. Todos le vitorearon durante unos momentos y después quedaron en silencio esperando las palabras del dirigente.
Sin micrófono, gritando para que se le pudiera escuchar, declamó un breve alegato:
-¡Camaradas! No es el momento de discursos pero sí de que la Falange dicte su sentencia condenatoria: ¡Rusia es culpable! ¡Culpable de nuestra guerra civil! ¡Culpable de la muerte de José Antonio, nuestro fundador! ¡Culpable de la muerte de miles de nuestros camaradas y de tantos soldados caídos en la defensa de la Patria! ¡Culpable de la desolación que ha provocado la agresión del comunismo ruso! ¡Rusia es culpable!
Al acabar, la muchedumbre prorrumpió en sonoros aplausos y arreciaron las demostraciones de condena: “¡Sí, Rusia es culpable!”, gritaban todos los presentes con rabia: “¡Venganza, queremos venganza!”
Daniel se sentía como si ya hubiera ganado la guerra. La multitud entonó el Cara al Sol, y él se unió al coro gritando a pleno pulmón con el brazo extendido.    
Al llegar a su casa la madre les notó alterados. Preguntó que había pasado y cuando se lo contaron, se santiguó y se fue a rezar ante la imagen de la Virgen de la Almudena.
Tres días más tarde, el viernes 26, Alfonso le comunicó que ya se había puesto en marcha la recluta de voluntarios para ir al frente ruso. Con una sonrisa de suficiencia le entregó un carné del SEU a su nombre.

-Mira lo que te he traído, ¿qué te parece? Han limitado el alistamiento a mayores de veinte años, pero te he fabricado un carné que dice que has nacido en el 21, tú no te pierdes esta, hermano, te vienes conmigo. Diremos que estás un poco canijo pero que dentro de unos días cumples los veinte. ¿Qué me dices? Para que veas que tengo soluciones para todo. No le digas nada a mamá hasta que esté todo hecho, ya sabes que va a estar en contra. ¡Vamos!, date prisa que tenemos que ser de los primeros. 
Fragmento de "El infierno de los inocentes"
Novela disponible en Amazon en digital y papel.
EL INFIERNO DE LOS INOCENTES de [Molinos, Luis]

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Formato: Versión Kindle Compra verificada
En los pocos días que me ha durado la lectura he sentido un gran cariño por los protagonistas, Rosa y Daniel. Tremendo lo que tuvieron que vivir. Extraordinaria novela que nos traslada a un tiempo muy reciente y a una tragedia de dimensiones colosales que tuvieron que soportar nuestros abuelos. Me ha enganchado desde la primera línea y se me ha hecho corta, al final me he quedado con ganas de más. Me encantaría que el autor escribiera una segunda parte. Excelente novela.

viernes, 10 de junio de 2016

Raisuni.

La cerrada y abundante barba negra destacaba sobre la alba vestimenta agigantando las proporciones de su redondo rostro. Nos señaló un hueco donde sentarnos y nos dirigió una larga parrafada de salutación y buenos deseos.  
Nos dijo que el padre de Hamido era un buen amigo suyo desde los tiempos en los que estuvo residiendo en Tánger y que se sentía halagado de recibir a su hijo primogénito junto al amigo español que “era como su hermano”. Unos esclavos negros nos aproximaron una bandeja con varios vasitos de té y estuvimos escuchando en silencio durante más de una hora. Y asintiendo a todo lo que quiso decirnos, incluso a lo que no me gustaba.
Habló con voz ronca, casi subterránea, durante un tiempo que se me hizo interminable sin que nadie osara interrumpirle. Sus labios, gruesos como salchichas, apenas se movían para dejar escapar un discurso pausado y monótono que aparentaba no tener fin. Sujetaba en las manos un tasbith con cuentas de ámbar negro que deslizaba sin cesar entre sus recios dedos. Parecía tener una memoria prodigiosa porque adornaba sus explicaciones con anécdotas, fechas y nombres sin un solo titubeo.

Nos dijo que su pueblo lo había elegido a él como cherif porque era descendiente de cherifes y él tenía el sagrado deber de proteger a su gente. Desde que sus manos tuvieron la fuerza necesaria para sostener un rifle, antes de que aparecieran pelos en su cara, se había impuesto la tarea de amparar y liderar a su pueblo. Alá le había concedido la baraka, la gracia bendita, la gente de Yebala lo sabía y por eso su palabra era ley. Si él ordenara a algún hombre que se dejase matar, el señalado no haría preguntas y obedecería sin rechistar. Así estaba dispuesto.
- Los extranjeros quieren imponernos su justicia -decía-, pero son ignorantes, porque no pueden cambiar la naturaleza de las cosas. ¿Cómo puede un hombre juzgar lo que no entiende? Si me traen un ladrón y queda probada su culpabilidad, allí mismo hay un esclavo preparado con el hacha para segarle el brazo. De un solo tajo se lo corta y a continuación le empapa con brea el muñón.
- Los extranjeros -proseguía-, dependen del juicio de hombres que pueden ser comprados, ¿puede llamarse a eso justicia? Les atemorizan unas cuantas cabezas empaladas en las murallas porque no saben que la gente se olvida pronto del que está oculto en una celda, pero tienen muy presente la cabeza cortada luciendo sobre una pica. Si ves una infección venenosa lo mejor es cortar por lo sano enseguida, en vez de hacer muchos cortes inútiles. Los extranjeros quieren hacer de nosotros buenos europeos pero sólo conseguirán hacer malos árabes. Si se separa a un hombre de sus creencias se queda sin suelo bajo sus pies.
Hablaba sin trazas de fatiga, con un verbo que se asemejaba al torrente de un arroyo, constante e invasor, como hablan los hombres que se imponen a sus semejantes, envolviéndolos y abrumándolos con su verbosidad.
- Si alguien quiere llegar pronto al cielo -nos dijo-, no tiene más que solicitar estar a mi lado en las batallas. Las balas que me disparan se desvían antes de alcanzarme, para pasar a mis costados. En nombre del Dios Misericordioso, el Único, el que Todo lo Sabe y Todo lo Puede, tenemos que ver nuestra tierra libre de extraños que quieren arrebatarnos nuestras riquezas para llevárselas a sus países. Tenemos que vernos libres de esos que mantienen a nuestro pueblo sumido en la miseria mientras nos saquean con absoluta impunidad. 

Fragmento de "Me quedé en Tánger", novela que transcurre entre Tánger y el norte de Marruecos durante la primera mitad del siglo XX.
Disponible en Amazon, en versión digital y en papel.
 ME QUEDÉ EN TÁNGER (Spanish Edition)


Formato: Versión Kindle Compra verificada
Una novela muy interesante. A través de la vida del protagonista se hace un repaso a la historia de los españoles en Tánger y el Norte de Marruecos durante el siglo pasado, con especial incidencia en la catastrófica guerra del Rif. Está llena de anécdotas y se disfruta su lectura hasta la última página. Yo por lo menos he disfrutado leyéndola y me he enterado de muchas cosas que desconocía. La recomiendo.

sábado, 7 de mayo de 2016

Me quedé en Tánger

Hasta entonces, en mis visitas no había pasado del jardín o la planta baja, y no conocía el resto de la villa. La condesa me condujo por un ancho pasillo recubierto de alfombras y adornado con lujosas alahílcas, cuadros, jarrones y esculturas, y me introdujo en la alcoba que se encontraba en el extremo opuesto.
- ¡Quítate la ropa! -ordenó-, tienes que secarte inmediatamente.
La habitación tenía un amplio ventanal que daba al jardín por donde se podía ver, a través de los visillos, que seguía jarreando como si alguien hubiera pisado los huesos de Anteo. Una enorme cama con dosel señoreaba en el centro de la alcoba dominando y apabullando con sus dimensiones a todos los otros muebles, veladores, cómodas, dos armarios con espejo, y varias sillas y sillones. Entre la mojadura y la carrera por el pasillo me había quedado un poco confuso, sin saber muy bien qué hacer.
Me espabiló la condesa con un grito que habría despertado a un cadáver:
- ¿¡Pero qué esperas!?
No aguardó mi reacción. Se abalanzó sobre mí y comenzó a desnudarme, o mejor, a arrancarme la ropa.
En un decir amén me quitó la chaqueta, la camisa y los pantalones; cuando me vi en ropa interior me entró un ataque de pudor e intenté resistirme pero no me fue posible. Con una energía inusitada me despojó de los calzones de felpa y me quedé como un querubín de los que pintaba Murillo.
Sin inmutarse por mi desnudez, cogió una toalla y comenzó a frotarme todo el cuerpo con la fuerza de un alabardero sacándole brillo a su lanza. Yo tenía diecisiete años y aquel vigoroso masaje me produjo una súbita y majestuosa erección. Al verme en aquella tesitura la condesa lanzó un grito desmedido, tiró la toalla, me lanzó a la cama de un empujón y dejó caer su bata mostrándose ante mis sorprendidos ojos tal y como la había visto unos años antes desde mi escondite, agazapado tras el macizo de adelfas del jardín.
Solo que ahora la tenía a un metro de distancia y además de aturdirme con la visión de su mata rubia, me embriagaba con el perfume a jazmín que desprendía todo su cuerpo. 
Durante unos instantes posó para mí, exhibiendo su figura rotunda y espléndida, orgullosa de mostrar su cuerpo de mujer madura. Satisfecha, arrogante y vanidosa.
Después se me abalanzó como lo haría una leona con su presa y me envolvió en su sensualidad.
Yo estaba convencido de que en Gibraltar había experimentado el placer sexual, pero comparar la sensación que me produjo la puta de la Roca con lo que sentí en el tálamo de la condesa, sería como comparar el goteo de un grifo mal cerrado con el diluvio de Noé.
La condesa reía, chillaba, suspiraba, gritaba, me arañaba, y se enroscaba como una serpiente devoradora alrededor de mi lozano cuerpo. Me exigía una y otra vez con un apetito desbocado que se me antojaba insaciable. Rechinaban los muelles de la cama, crujían las patas, se estremecía el somier y retumbaban las paredes con los golpes del cabecero. La habitación se transformó en el vórtice de un ciclón que me arrastraba sin remedio hacia sus profundidades. Pensé que el suelo se hundiría y que la cristalera del balcón estallaría hecha añicos.

Fragmento de "Me quedé en Tánger", novela que transcurre en la mítica ciudad cuando sus habitantes se gobernaban con un Estatuto Internacional.

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sábado, 5 de marzo de 2016

5 de marzo de 1953, muere Iósif Vissariónovich Stalin.

Cuando por el hospital se empezó a murmurar que Stalin estaba enfermo, Azucena se negó a creerlo.
-Ya están los derrotistas de siempre difundiendo bulos para hacer daño al país -dijo-, habría que castigar con dureza a todos esos agoreros.
En la mañana del día 6, se conectaron los altavoces del centro hospitalario y empezó a sonar música fúnebre. Todos sabían el porqué, pero Azucena seguía negándose a aceptarlo. “Será otra cosa”, decía. La música se interrumpió y después de un tenso silencio, se escuchó la voz de Malenkov, grave y atribulada, que anunciaba al país el deceso del líder supremo. El padre de los pueblos estaba muerto. Azucena lanzó un grito ahogado y prorrumpió en un llanto desconsolado. Casi todos los que estaban en el hospital reaccionaron como ella, las salas se convirtieron instantáneamente en un orfeón de lloros, lamentos y gritos desgarradores.
Rosa no se lo tomó tan a la tremenda, nunca había sido mitómana y, aunque se había guardado de exteriorizarlo, nunca había sentido un desmedido aprecio por el líder supremo. En general y por principio, sentía un rechazo innato a la autoridad, una autoridad, fuese la que fuese y viniera de donde viniera, que llevaba muchos años obligándola a hacer cosas que no quería. Se sintió más inquieta por la actitud de su amiga que por la noticia en sí, noticia que por otra parte ya esperaba desde hacía varios días, porque ella sí había dado crédito a los rumores. Azucena estaba en el séptimo mes de embarazo y no lo llevaba demasiado bien, Rosa pensó que el arrebato de dolor que la embargaba podía perjudicarla e intentó que se calmara. Pero no había manera, la mujer había cogido una llantina histérica que parecía no tener consuelo posible.
-Pero mujer, cálmate, que no era tu padre.
-¿Cómo que no? Era mucho más. A mi padre casi no lo conocí, ni me acuerdo de él. Con el camarada he estado más de quince años, se lo debo todo, él nos salvó de las hordas nazis, él nos ha guiado durante todo este tiempo, pensé que nunca nos faltaría, ¿qué vamos a hacer ahora?
-Pues lo mismo que hemos hecho hasta hoy. Intentar vivir.
Se decretaron tres días de luto oficial en todo el territorio, el cadáver se embalsamó para colocarlo en el Mausoleo de Lenin al lado del padre de la Patria, y Azucena se empeñó en ir a Moscú para rendir pleitesía a sus restos. Rosa le quitó de la cabeza la peregrina idea, en su estado no podía embarcarse en un viaje tan largo para después aguantar en pie las previsibles colas de muchas horas, para pasar delante del féretro unos segundos. Además, dada la distancia, cuando llegase ya se habría acabado la ceremonia. Esa fue la única razón que hizo desistir a Azucena, porque estaba dispuesta a arrostrar todos los inconvenientes que hubiera que sufrir con tal de acompañar al padre supremo en su último viaje, pero estaban tan lejos de la capital que era imposible que llegase a tiempo. Así que se quedó llorando desconsoladamente en Karaganda.
  
En el momento en que en Moscú era expuesto el cadáver de Stalin, en todo el territorio se guardaron tres minutos de absoluto silencio. En el lager hasta los perros dejaron de ladrar, tal vez contagiados del mutismo general. Daniel y sus compañeros aguantaron a pie firme los tres minutos programados pensando que tal vez había llegado el tan ansiado momento de la liberación.
Muy poco tiempo tardaron los prisioneros en apreciar los cambios que se iban a producir por la muerte de un solo hombre. Millones de muertos no habían servido para modificar lo que uno solo. Ya antes de que acabase el mes de marzo, el Presidium del Soviet Supremo decretó una amnistía que otorgaba la libertad a más de un millón de condenados de los varios millones que encerraba el Gulag entre trotskistas, saboteadores, terroristas, nacionalistas o enemigos del pueblo. La resolución pasó a conocerse, debido al firmante de la misma, como “Amnistía Vorochilov”. En pocos días y semanas, las carreteras, los caminos, las líneas de ferrocarril, los ríos, se llenaron de una multitud de amnistiados que regresaban a sus hogares. La medida alcanzó a todos los internados, tanto rusos como extranjeros, y los prisioneros tuvieron ocasión de comprobar los cambios enseguida. Pronto los alemanes empezaron a abandonar el campo, les siguieron los finlandeses, austríacos, húngaros, búlgaros, holandeses, franceses…, todos iban regresando a sus hogares. Todos menos los españoles. 

Fragmento de "El infierno de los inocentes", novela disponible en AMAZON.
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viernes, 4 de marzo de 2016

En defensa del ujier.

He estado siguiendo la sesión de investidura y me ha llamado la atención un hecho ciertamente lamentable. Cada vez que un diputado o diputada se situaba en el estrado para deleitarnos con la correspondiente retahíla de lugares comunes, un caballero de cierta edad subía los escalones que llevan al atril con un vaso de agua para su señoría. Este señor iba embutido en un circunspecto uniforme acompañado de la correspondiente corbata perfectamente anudada al gollete. Una vestimenta impecable pero a todas luces molesta. Sin embargo, la señoría de turno vestía en ocasiones de modo que podríamos calificar como desenvuelto, tal vez rozando la ordinariez. Me parece humillante. ¿Por qué se obliga a un empleado subalterno a vestir de modo encorsetado e incómodo mientras los próceres de la patria van como si estuvieran en un chiringuito de la playa? Reclamo el derecho de los ujieres a vestir pantalón corto y chancletas, si ese es su deseo, para que puedan realizar su labor de un modo más relajado y placentero. Mantenerlos oprimidos en los uniformes me retrotrae a los tiempos de la esclavitud, es una prueba fehaciente de que no se han eliminado las odiosas diferencias de clase. Estas señorías que tan preocupados se muestran con las desigualdades sociales deberían empezar por eliminarlas de su lugar de trabajo (es un decir). Es una falta de respeto a los humildes trabajadores obligarlos a vestir de un modo que esquivan alegremente los que deberían dar ejemplo. Si los diputados y diputadas persisten en acudir al Congreso, el recinto en el que están representando a todos los ciudadanos, como si se acabaran de levantar de la cama después de haber dormido con la ropa puesta, justo es que los ujieres y demás empleados del lugar vistan como les venga en gana.

sábado, 13 de febrero de 2016

Amores de mármol

Rápidamente se enzarzaron en una conversación apresurada mientras se estudiaban mutuamente.
Le había dicho Vicente que era muy joven pero ahora que la observaba de cerca no le parecía tanto. Quizás habría pensado, más bien, que andaba cerca de los treinta. A lo mejor la sensación de más edad la provocaba su físico, le parecía altísima. Todo en ella daba sensación de grande. Mientras hablaba movía las manos con lentitud, como apoyando sus palabras. Eran unas manos larguísimas. Las movía con elegancia, casi como si bailaran.
De entrada le caía bien. Había temido que fuera una mujer mal encarada o de trato tosco, pero a medida que hablaba le iba pareciendo una persona educada, le agradaba su aspecto. Inspiraba cierta confianza. Tal vez no fuera tan mala idea, si era dispuesta para enfrentarse con las tareas de la casa, tal vez pudiera servir.
- ¿Te gustan las faenas de la casa? -preguntó.
- Bueno, tengo tres hermanos y en mi casa siempre he tenido que ocuparme de muchas cosas ayudando a mi madre. Se me da bien. Me gusta mucho cocinar, soy bastante buena cocinera.
- ¿Es que en tu país tampoco los hombres ayudan en casa?, yo creía que eso sólo pasaba en España.
- Creo que eso es universal -dijo la joven riendo-, no creo que haya ningún país en el mundo en que los hombres no intenten dejarnos todas las faenas de la casa a las mujeres. Son unos listos.
- Sí, hija, con tantas reivindicaciones lo que hemos conseguido las mujeres es trabajar dentro y fuera de casa. O sea, el doble que antes.
Irina la observaba mientras hablaba. Le parecía que estaba algo tensa, como un poco a la defensiva. Vicente le había dicho varias veces que se estaba estropeando deprisa, pero no era esa la sensación que apreciaba. Tenía unos bonitos ojos negros que transmitían sinceridad. Quizás las gafas le hacían parecer mayor, pero se veía que era una mujer joven todavía. Le gustaba su voz, limpia y suave. Llevaba el pelo algo descuidado, todo su aspecto en general parecía un poco dejado, pero solo eso, en modo alguno pensaba que estuviese estropeada.

Tan solo creyó adivinar un poso de abandono en su persona. No parecía una mujer feliz. Tampoco era de extrañar, con un marido como el que tenía. Seguramente no se merecía ese trato, parecía una buena persona, franca y confiada.




sábado, 6 de febrero de 2016

Con la che.

Chiquilicuatre chavista,
chocarrero y chamagoso,
chancho fantoche cheposo,
chafandín y chantajista.
Chamán de chabacanadas,
picacho del chalaneo,
chulo, charrán y churriento,
facha ducho en charlotadas,
chisgarabís chuchumeco.

jueves, 14 de enero de 2016

Amores de mármol

Aquellos eran tiempos de mucho ajetreo y muchos hombres de verdad. Sobre todo en mi buena época, allá por los sesenta, ¡Virgen de la Regla, qué tiempos! Yo tenía la mejor casa de la región. Estaba entre Villena y Almansa, ¿has estado por ahí?, si algún día vas, ya te diré dónde estaba, todavía se ve desde la carretera. Aunque se ha quedado muy abandonada aún se distingue que era una casa de señorío y categoría. Hasta de Madrid venían expresamente para verme. Y en aquellos tiempos no estaba todavía la autopista, entonces se tardaban cuatro horas en llegar. Pues aún y así, venían. ¡Menuda era yo! Tenía lo mejorcito de clientela. Aristócratas, gente de dinero, artistas, bueno, bueno, de todo, de todo lo mejorcito. Con decirte que hasta Frank Sinatra vino a verme una vez que estuvo en España. No sé quién le hablaría de mí, pero allí que se presentó. ¡Cómo disfrutó el tío!, me dijo que ni con Ava Gardner lo había pasado tan bien. Como lo oyes. Tú sabes quién era Ava Gardner, ¿no? Una tía guapísima.
- Sí, la vi en Mogambo -afirmó Irina, aprovechando que Marlén le daba otro trago a su vaso.
- Mogambo, sí, ahí salía guapísima…, bueno, pues Frank me dijo que lo había pasado mejor conmigo. Era un tipo muy simpático, poquita cosa como hombre pero muy simpático. Aunque eso sí, estaba bien servido para su tamaño…, el tío andaba bien armado. Era un poco creído, pero ya me contarás, es natural, ¿no? Se quedó maravillado, me dijo que me recordaría toda la vida. Claro que yo, cuando quería dejar a un hombre satisfecho de verdad, le hacía el número de la pollinica y los dejaba en el cielo. Bueno, bueno, ya no me olvidaban en toda su vida. Algún día te contaré en qué consistía. Claro que para eso hay que ser una auténtica profesional…, y no te veo yo a ti. A lo mejor Nadia sí, pero a ti no te veo haciéndolo. A ti no te acaba de entonar esto, ¿a que no? Yo en cambio lo llevo en la sangre, hija, desde jovencita me dio la vocación. Esto es como la que nace para monja, la que nace quiero decir, ¿eh?, no la que meten por ahí medio obligada y eso, no. La que de verdad lo siente. Pues yo igual, pero en puta. O en artista del sexo. Porque yo era una artista. El número de la pollinica era el acabose. El no va más. Algún día te lo contaré...

Además, yo de joven estaba muy bien, aunque me esté mal el decirlo. Si no, ¿por qué crees que me llaman Marlén?, no pensarás que mi madre me puso así, la pobre, que era de un pueblo de la Mancha. Mi madre me puso Sacramento, ¡échale!, estuvo sembrada la mujer. A mi empezaron a llamarme Marlén cuando me arranqué en el oficio, porque todo el mundo decía que me parecía muchísimo a Marlene Dietrich, que era una que tenía enamorada a toda Europa. Habrás oído hablar de ella, ¿no?, aquella tenía enamorados a los hombres y a las mujeres, era increíble. Bueno, pues todos decían que yo era igualita.    
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miércoles, 13 de enero de 2016

Por una Democracia Azarística.

He estado viendo la toma de posesión de los nuevos y nuevas diputados y diputadas. No estoy seguro si lo retransmitían desde el Congreso o desde el Circo Price. Es evidente que la gente no sabe a quién vota, de otro modo no se entiende que semejante personal vaya a calentar los escaños durante la próxima legislatura. Los votantes y votantas solo conocen a los seis o siete que están a todas horas en las televisiones pero no tienen ni idea de quienes son los restantes trescientos y pico que van a tomar decisiones que influirán en sus vidas. Claro, que aún resulta más asombroso que esos que vemos y oímos a todas horas reciban el voto de los ciudadanos. Es muy difícil de entender, pero sucede. Francamente, creo que esta democracia participativa ya no sirve, ha quedado completamente obsoleta, no representa ni remotamente la voluntad de los ciudadanos. Es por lo tanto perentorio modernizar el sistema, adecuarlo a la realidad que vivimos.
Propongo un nuevo método mucho más justo y racional. La idea me ha venido al ver la cara de felicidad de muchos y muchas de sus señorías y señoríos. Es comprensible su alborozo, han resuelto sus vidas por una buena temporada. Es como si les hubiera tocado la lotería. ¡Y ahí está el quid de la cuestión! Si se trata de sorteo vayamos directamente a los profesionales. En las próximas elecciones se habilitará un bombo con 46 millones de bolas con los números de DNI de los habitantes de este país (España), y los niños de San Ildefonso cantarán los 350 afortunados que nos representarán a todos los demás. Si se extraen algunas bolas de menores de edad, los escaños correspondientes quedarán vacantes, sueldos que nos ahorramos. Eso sí que será de verdad democrático. Ahí sí que estará representado el pueblo en su auténtico potencial, en su esencia verdadera. Se acabarán de un plumazo las demagogias, las mentiras, las falsas promesas y las componendas interesadas. Las leyes se aprobarán por consenso de individuos que decidirán por ellos mismos, no como ahora que votan en bloque los componentes de cada partido. Además, he consultado con un grupo de expertos estadísticos y me han asegurado que el método de elección al azar mejorará notablemente el nivel medio de los diputados y diputadas. El nuevo sistema puede llamarse, a falta de otro nombre mejor, Democracia Azarística.
Si estás de acuerdo con mi propuesta pon me gusta en algún sitio.

domingo, 10 de enero de 2016

La fuente.

El limpio y recio repique de las campanas de la Catedral abrió una brecha en el sofocante mediodía sevillano en el momento justo en que ponía el pie en la escalinata de acceso al amplio portalón del Palacio Episcopal. Un fraile rechoncho, de ojos vivarachos y rosados mofletes, le estaba esperando en la entrada. El religioso desplegó una hospitalaria sonrisa y con gesto impaciente le abordó antes de que llegara al zaguán:
-¿Don Íñigo Núñez?  
El recién llegado, un hombre alto y corpulento, de anchas espaldas y porte regio, asintió con un movimiento de cabeza y salvó los cuatro escalones de piedra en dos zancadas.
A pesar del calor vestía una capa corta encima de una almilla de inmaculado blanco, y calaba sobre la abundante cabellera una boina bermeja adornada con una pluma azul de guacamayo. Los pantalones negros bombachos los sujetaba bajo las rodillas con una cinta del mismo color dejando a la vista las nervudas pantorrillas enfundadas en medias también negras. La cerrada barba endrina le confería a primera vista un aspecto adusto que se veía enseguida suavizado por una mirada franca y afable.
-Tenga vuesa merced la bondad de acompañarme, Su Eminencia le está esperando.
Se introdujo el monje en la umbría del palacio y precedió al visitante por una amplia sala que daba acceso a un patio interior. Con cortos y rápidos pasos le condujo por un ancho pasillo abovedado aledaño al claustro. En el centro del atrio, el chorro de una fuente propagaba un refrescante sonido al rebotar contra la piedra del basamento. El trino de unos pájaros invisibles acompañaba el rumor del agua. Al llegar al final del pasillo el fraile giró a la derecha, atravesó otra gran sala desierta y se detuvo ante una alta puerta de roble adornada con anclajes de bronce. Golpeó dos veces con los nudillos, empujó suavemente la hoja y doblando el cuerpo hacia delante, introdujo la cabeza por el hueco.
-Eminencia, Don Íñigo Núñez está aquí.
-Hágale pasar -se oyó una voz un tanto aflautada en el interior.
El clérigo se apartó a un lado para dejar entrar al visitante, cerró la puerta por fuera y se marchó.
El interior de la habitación estaba en semipenumbra. Mientras acostumbraba sus ojos a la escasa luz reinante vislumbró a un hombre de corta estatura que salía de detrás de un gran escritorio y se acercaba hacia él con los brazos abiertos:
-Don Íñigo Núñez, ¡que ganas tenía de conoceos! O mejor dicho, de veros de nuevo, porque ya os conocí hace muchos años.
Cuando llegó junto a él le extendió la diestra y el visitante la tomó e hizo una reverencia hasta casi rozarla con sus labios.
-Buenos días, Eminencia.
-Dejad que os vea, desde luego no podéis negar que sois hijo de Don Diego, tenéis el mismo fausto en la figura e idéntica prestancia, aunque bien es verdad que vos le sobrepasáis largamente en estatura. Ya me advirtió vuestro progenitor que os habíais convertido en un gallardo mozo. Y a fe que no era pasión de padre. Venid a sentaros a este rincón de la estancia, que es el más fresco.

Le precedió hasta una esquina en la que había una mesita redonda con tablero de taracea flanqueada por dos sillones de cuero repujado, le señaló uno y tomó asiento en el otro.