domingo, 8 de noviembre de 2015

La leyenda de Tamerlán

Muy cerca del final del curso, los niños aguardaban ansiosos un acontecimiento importante. El equipo de fútbol de los chicos españoles había llegado a la final del campeonato juvenil de Moscú, e iba a enfrentarse con un equipo ruso. Casi todos los niños de la Casa de Rosa acudieron a presenciar el partido.
Al entrar vio a Mikhail, el profesor de historia, sentado solo en una de las gradas y se situó junto a él. El hombre parecía un poco ausente, tenía una expresión atribulada que contrastaba con el bullicio general. A Rosa le extrañó y le preguntó si le ocurría algo.
-Ayer -contestó- leí una noticia en el Pravda que me ha dejado muy inquieto. Un equipo de arqueólogos ha descubierto en Samarkanda la auténtica tumba de Tamerlán y ha desempolvado su cráneo. Los restos van a ser trasladados a Moscú para estudiarlos en profundidad. No deberían hacer tal cosa. Hay muertos que no conviene molestar. Tamerlán fue un terrible caudillo del siglo XV, un guerrero y conquistador insaciable y despiadado. Con un ejército de feroces soldados nómadas dominó enormes territorios de Asia llegando hasta el Mediterráneo. Doblegó decenas de naciones, arrasó miles de pueblos y exterminó a millones de sus habitantes. Uno más de los sanguinarios caudillos que se han distinguido a lo largo de la humanidad por el desprecio a la vida de sus semejantes. Hay una leyenda que dice que si su tumba fuese violentada su ira caería sobre los responsables, que sufrirían una plaga más devastadora aún que las que él causó. Hay que ser más respetuoso con las profecías, no conviene desoír tan claras advertencias. Podrían cumplirse.
Era el 22 de junio de 1941, y había estado lloviendo sin parar desde la víspera. Cayó tanta agua que tuvieron miedo de que no se pudiera celebrar el encuentro. El campo estaba en muy malas condiciones, embarrado y lleno de charcos, pero después de hacer una inspección, los contendientes decidieron jugar, y los espectadores se alegraron y se prepararon para pasar un buen rato. Rosa se olvidó enseguida de los temores que inquietaban a Mikhail y se unió a los demás niños que animaban a los españoles con gritos y cánticos. Gritaban exaltados y jaleaban cada acción con el máximo entusiasmo. Los jugadores hacían lo que podían sobre aquel barrizal, cuando corrían levantaban con sus pisadas el agua encharcada salpicando a su alrededor, y cuando caían al suelo se levantaban cubiertos de lodo. Aquello, lejos de incomodar a los espectadores, les provocaba mayor excitación y vitoreaban con entusiasmo cualquier acción de los esforzados jugadores. 
Habrían transcurrido solamente unos quince o veinte minutos del apasionante encuentro, cuando por los altavoces del estadio sonaron unos intensos pitidos, y a continuación empezaron a escucharse las notas de La Internacional. El árbitro mandó detener el juego y todos, jugadores y público, quedaron expectantes, sorprendidos por la interrupción.
Cuando acabó de sonar la música, se oyó la voz de Mólotov, grave, firme:
“Camaradas, hoy a las cuatro de la madrugada, sin declarar la guerra y sin formular pretensiones de ningún tipo, tropas de la Alemania fascista han atacado la frontera en muchos puntos, han penetrado en nuestro país, y han bombardeado desde el aire Zhitomir, Kiev, Sebastopol, Kaunas, y algunas otras localidades. Debéis prepararos para la guerra. La Unión Soviética es fuerte y sabrá hacer frente al enemigo. Nuestra causa es justa. El enemigo será derrotado. La victoria será nuestra.”
Volvió a sonar La Internacional y el público abandonó el estadio. Rosa buscó con la vista a Mikhail pero ya se había marchado. Por las calles la gente andaba deprisa con gesto de preocupación. Enseguida se organizaron colas en las tiendas, todos querían abastecerse de los productos más necesarios. En el Metro la gente leía con avidez las inquietantes noticias, comentaban los acontecimientos, algunos se enteraban allí de lo que estaba ocurriendo, se asombraban, se mostraban incrédulos, lo que nadie esperaba, lo que nadie deseaba, estaba sucediendo.
Los niños regresaron a la Casa cabizbajos y alarmados. Lo que prometía ser un día de diversión se había convertido en el prólogo de una pesadilla. ¿Qué estaba pasando? ¿Cómo era posible que alguien se atreviera a invadir un país tan poderoso? 

Fragmento de "El infierno de los inocentes", novela que narra las vivencias de los niños que fueron enviados a Rusia durante la Guerra Civil y las de los jóvenes que se alistaron en la División Azul. Disponible en Amazon

EL INFIERNO DE LOS INOCENTES de [Molinos, Luis]
EL INFIERNO DE LOS INOCENTES (Spanish Edition) 

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