domingo, 15 de noviembre de 2015

Habitaban con nosotros pero no convivían.

-Almanzor, sí, necesitamos un jefe como Almanzor -afirmó Ahmed.
-No estés tan seguro.
Les sorprendió la voz que surgía de la oscuridad, era Abdallah Al Qurtubí el que se agregaba a la conversación.
-No estés tan seguro -repitió acercándose-, es posible que los aciagos días que estamos viviendo sean consecuencia de la época de Almanzor.
-¿Cómo dices eso? -preguntó asombrado Ahmed.
-Almanzor fue un gran guerrero sin duda, el Victorioso de Dios. Durante treinta años mantuvo a raya a los cristianos del norte y a las tribus salvajes del otro lado del mar. Controló con mano de hierro el califato, al tiempo que era el azote de los pueblos fronterizos, mantuvo la paz y la prosperidad dentro de Al Ándalus...
-¿Y eso te parece mal?
-Desde luego que no. Tan solo digo que las consecuencias de esa política pueden haber degenerado en esta mala situación. ¿Qué pasó durante todos esos años?, que el pueblo de Qurtuba se amansó. Las guerras las ganaban los mercenarios, tropas de extranjeros que se encargaban de morir y matar mientras los andalusíes disfrutaban de una vida sin sobresaltos, limitándose a celebrar las victorias y a beneficiarse en mayor o menor medida del producto de ellas. Las gentes se sienten cómodas en la protección que les procura un caudillo enérgico si tienen asegurado el plato de cada día. Se relajan, se amoldan, se acostumbran a no tener que pelear por la vida. Adoptan la filosofía del gato casero, si hay sol se ponen al sol, y si no hay, se arriman a la hoguera. Mientras haya calor igual da de donde venga. Pero cuando se muere el amo y ese gato descubre que nadie le pone la comida y tiene que salir a buscarla afuera, ya no sabe, y los gatos callejeros no le dejaran probar bocado. Fuera de casa hace frío, hermanos, y la vida hay que merecerla y pelearla cada día. Nosotros hemos perdido nuestra naturaleza de pueblo unido, con un futuro común y con unas convicciones firmes, y nos hemos quedado a merced de los enemigos. Almanzor era más temido que respetado. Interrumpió la cadena de la dinastía omeya que era la que nos daba continuidad y nos hacía proyectarnos en el tiempo. Nos llenó el país de extranjeros que habitaban con nosotros pero no convivían. Murió y cada facción quiso imponer su fuerza porque él enseñó a todos que no era necesario pertenecer a la dinastía para detentar el poder. Pero cuando desaparece la mano firme y tiránica, surgen inmediatamente los pequeños mediocres que han estado aguardando el final del poderoso. Ahí empezó el derrumbe y ha sido vertiginoso porque estábamos muy debilitados. ¿Cuántos pueblos han sido víctimas de sus caudillos a lo largo de la historia? Yo no quiero caudillos. Yo quiero convicciones. Todos los caudillos se mueren pero las ideas claras y firmes se proyectan en el tiempo, sobreviven a los mortales. Al Ándalus ha ido precipitándose velozmente hacia la insignificancia de no ser más que un conjunto de personas que ha perdido la cohesión, que no saben a qué cultura pertenecen. En estos momentos nuestra civilización no tiene un sentido nítido y bien definido para sus habitantes. ¿Cuál es para vosotros la idea de Al Ándalus?
Los jóvenes lo miraron sorprendidos sin saber qué responder. Realmente no se habían planteado esa cuestión; vivían allí y punto. Siempre habían estado allí, ¿qué más se necesita para vivir?, ¿no basta con estar?
El capitán esperó una respuesta durante unos instantes y viendo que nadie le contestaba, prosiguió su monólogo.
-Tenemos que tener una idea clara de lo que somos. Las comunidades de hombres son como el hombre mismo. Nosotros, cada hombre, necesita movilizarse cada día, comer, aprender, crecer, amar. El hombre que se abandona, muere. Lo mismo le sucede al colectivo, si no se mantiene siempre en marcha acaba desapareciendo.
Nosotros nos vamos despeñando por el precipicio de la desidia. ¿O es que acaso os creéis que el mundo se mueve siempre hacia delante? La vida hay que merecerla cada día. ¡Mirad a los cristianos!
-¿Qué tenemos que aprender de esos bárbaros? -preguntó Ahmed-. Están atrasados, no tienen cultura, no han progresado como nosotros. No se lavan. Son zafios e inmundos.

-Así es, en verdad. Nosotros somos mucho más ricos. Nuestra cultura es muy superior. Hay más sabios en esta ciudad que en todos los territorios cristianos. Tenemos mejores armas y más hombres y caballos. Levantamos hermosos palacios, construimos floridos jardines, mantenemos feraces huertas, confeccionamos lujosos vestidos, componemos bellísimos poemas, poseemos enormes bibliotecas con miles de volúmenes, disfrutamos de cientos de baños públicos, somos los más instruidos en geometría, astronomía, botánica o medicina..., -calló un instante, reflexionando-, en verdad tendría que estar hablando en tiempo pasado, todo eso era cierto hasta hace un año. ¿Ahora qué?, ¿adónde se han ido todas esas cosas?, ¿adónde están yendo? Somos como una jauría de chacales que se atacan y muerden peleando entre ellos disputándose el mejor venado, y mientras se debilitan llega el tigre y se come la presa. Los cristianos quieren comerse el venado. Antes vivían enfrentados pero ahora se van uniendo alrededor de un objetivo común. Ya han estado aquí dos veces y volverán. Almanzor los derrotó en más de cincuenta ocasiones, asoló sus castillos y sus ciudades, mató a sus hombres, secuestró a sus mujeres, quemó sus cosechas y les arrebató sus bienes. Pues bien, ahí siguen. Con más fuerza que antes. La vejación constante a la que les sometimos les hizo unirse y dotarse de un ansia de resistir más fuerte que nuestra presión. Si ofendes a un pueblo milenario tienes que aniquilarlo completamente o prepararte para su venganza. Ahora vienen a cobrar su débito. Sus mujeres paren más hijos que las nuestras, sus soldados son más arrojados que los nuestros y su fe es más determinada que la nuestra. Nos invadirán, nos derrotarán y nos impondrán sus condiciones. Los signos son claros para el que los quiera ver. Los primeros emires poblaron la tierra con su simiente, Abd el Rahman II dejó más de cien hijos; Abd el Rahman III, tuvo veintisiete, Al Hakam, dos, y Hisham, ninguno. ¿Qué más prueba de los cielos queréis?, la estirpe se ha secado y con ella se ha ensombrecido la perla más brillante del universo, Qurtuba. 

Fragmento de "La perla de al Ándalus", novela que se desarrolla en los primeros años del siglo XI, en el inicio del derrumbe del Califato.

LA PERLA DE AL ÁNDALUS (Spanish Edition)

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