jueves, 29 de octubre de 2015

Separatismos.

Decía Sabino Arana, padre de la patria vasca: "La fisonomía del vizcaíno es inteligente y noble, la del español inexpresiva y adusta. El vizcaíno es nervudo y ágil, el español es flojo y torpe. El vizcaíno es inteligente y hábil para toda clase de trabajos, el español es corto de inteligencia y carece de maña para los trabajos más sencillos. Preguntádselo a cualquier contratista de obras y sabréis que un vizcaíno hace en igual tiempo tanto como tres maketos juntos". Colijo que el contratista a entrevistar debería ser así mismo vizcaíno. También decía: "El aseo del vizcaíno es proverbial, el español apenas se lava una vez en su vida y se muda una vez al año. Oíd hablar a un vizcaíno y escucharéis la más eufónica, moral y culta de las lenguas; oídle a un español, y si solo le oís rebuznar, podéis estar satisfechos, pues el asno no profiere voces indecentes ni blasfemias". Y alguna perla dejó sobre las mujeres: “La mujer, pues, es vana, es superficial, es egoísta, tiene en sumo grado todas las debilidades propias de la naturaleza humana”.  
Resulta difícil pensar que un tipo que escribe semejantes sandeces pueda encontrar algún seguidor, y sin embargo encontró millones. Fundó un Partido que ahí permanece, tras más de 100 años, y su figura es ensalzada y reverenciada en escritos y monumentos. ¿Cómo se puede explicar tamaño dislate? Debe ser que todos venimos al mundo provistos de un componente xenófobo y racista y solo es cuestión de encontrar el mecanismo que lo pone en funcionamiento para que afloren los odios contra nuestros semejantes.
Todo movimiento separatista es xenófobo, racista y fascista. Si alguien que pertenece a un colectivo desea separarse, es porque se considera superior a los demás componentes del conjunto. Si se considerase igual no se plantearía el asunto, y si se sintiera inferior procuraría por todos los medios continuar perteneciendo al grupo. Ese sentimiento de superioridad necesita algún basamento en el que apoyarse, da igual que sea por nervudo y ágil, por más limpio que una patena, o por cualquier otro argumento de similar enjundia, el caso es encontrar diferencias con el "extranjero". Y desde luego requiere remarcar y acentuar las existentes: "La diferencia del lenguaje es el gran medio de preservarnos del contacto de los españoles y evitar el cruzamiento de las dos razas", decía el ínclito. Es un sentimiento atávico, las tribus protegían su territorio luchando contra el enemigo, que era el vecino. El enemigo siempre es el más próximo. Sabino Arana odiaba al español pero apelaba a Inglaterra para que le ayudase a independizarse y felicitaba efusivamente a Estados Unidos por invadir Cuba. Precisamente por estar tan próximos es muy difícil encontrar desigualdades y hay que acudir a diferencias irrisorias o directamente a inventarlas. Junqueras dice que los catalanes (naturalmente, al decir catalanes solo se está refiriendo a los independentistas) tienen más proximidad genética con los suizos que con los españoles. Ellos son el poble, y los demás son extranjeros que han venido a robar.
Los dirigentes, impulsores de estos movimientos, parecen tener un claro objetivo personal: Prefieren ser cabeza de ratón antes que cola de león, pero ¿qué interés tiene la masa que les sigue? En un primer momento puede impulsarles la creencia de que van a estar mejor solos que acompañados por sucios ladrones. Pero una vez demostrado fehacientemente que van a estar peor, ¿por qué se empecinan? No cabe más explicación que pensar que en sus cerebros se ha puesto en funcionamiento esa universal característica de la naturaleza humana, tan grotesca como irreflexiva, consecuente del odio: "Para que te jodas, no como". Una vez alcanzado el punto de no retorno, el aspirante a independiente no se para en barras y desprecia las posibles consecuencias perniciosas, lo mismo le da Juana que su hermana. No queda espacio para el razonamiento. 
¿Tiene algún remedio este inquietante problema? Si Ortega y Gasset no encontró ninguno, me temo que no lo hay. El augusto pensador llegó a la conclusión de que la cuestión no se podía solucionar y solo se podía conllevar. El hombre no puede liberarse de su propia naturaleza. Ya dijo Pascal, más o menos, que la naturaleza humana tiene razones que la razón no conoce. Estos conflictos existen desde que el mundo es mundo y siempre acaban en guerras, en muertes y en destrucción. Y vuelta a empezar. El ser humano no ha evolucionado todavía lo suficiente como para evitar estas luchas tribales. Las desavenencias de este jaez solo se resuelven a pedradas.
Estas ansias de diferenciación no son privativas de España, Europa es un conglomerado de tribus (más de 200 lenguas nos contemplan, 23 de ellas oficiales), que están dispuestas al enfrentamiento con el menor pretexto. Los Balcanes son el paradigma. El afán disgregativo no parece tener límites pudiendo llegar al extremo más absurdo, verbi gratia: ¡Viva Cartagena!
Es falso aquello de que dos no discuten si uno no quiere, más bien es lo contrario, si uno quiere, dos discuten. Solo queda esperar que las pedradas sean pocas y no nos alcancen. Porque el camino emprendido lleva inevitablemente a la zona de las pedradas. Estas cosas al final solo se terminan (o se calman durante un tiempo), cuando interviene gente de uniforme.

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