viernes, 11 de septiembre de 2015

La perla de al Ándalus

-¿No crees que pronto no tendremos más remedio que combatir? -inquirió Tomás.
-Ya procuraré yo que eso no ocurra -contestó Ahmed-. Para eso se paga a los mercenarios. Con los eslavos y los beréberes ya tienen suficiente unos y otros. Nosotros los árabes de pura estirpe estamos para ordenar y ser obedecidos.
-¿Pero no me aseguraste hace apenas unos días que eras beréber?
-Según para qué y según para quién, amigo mío. Las cosas no son tan simples como tú pareces pensar. Yo no voy a ser lo que los demás quieran sino lo que yo decida. Supongo que estarás de acuerdo en eso.
Tomás se encogió de hombros; desde el alminar de la gran mezquita resonó poderosa la voz del almuédano llamando a la oración del mediodía, al tiempo que los rayos de sol caían en picado sobre la plaza y calentaban lo justo para invitar a disfrutar del paseo sin preocuparse de nada más.
Mientras deambulaban entre los puestos les iba asaltando una interminable procesión de olores que les ayudaban a la sensación de placidez. Al pasar por delante de los tenderetes de los especieros les llegaban los aromas de la canela recién traída desde Ceilán, o de la pimienta procedente de la India, o del jengibre llegado de la todavía más lejana China. Tomás sabía, porque se lo había oído muchas veces al viejo Kader Ben Ismail, el hermano mayor de su padre, que todas estas maravillas que alegraban los sentidos, llegaban desde el lejano oriente a través de la ruta de las especias, primero por mar desde las costas indias hasta el golfo Pérsico para, remontando el Tigris, alcanzar Bagdad; una vez allí, largas caravanas las transportaban hasta los puertos más orientales del Mediterráneo, y después, de nuevo en barcos en un viaje que podía durar dos o tres meses, se las hacía llegar hasta Almería, Málaga o Cartagena.

Cuando todavía era un niño y escuchaba a su tío contar aquellos relatos, se le alborotaba la imaginación y podía pasarse toda la noche en vela viéndose él mismo realizando aquel larguísimo recorrido a lomos de poderosos y enormes caballos, o afrontando la mar embravecida en una veloz embarcación que siempre conseguía navegar por la cresta de las olas, o peleando con ímpetu contra los piratas que deseaban arrebatarle los tesoros que portaba. En una sola noche era capaz de ir hasta los confines de la China y volver cargado de casia, cardamomo, almizcle, incienso, ámbar o mirra.

Fragmento de "La perla de al Ándalus", novela histórica que transcurre entre 1009 y 1013, periodo en que se inició la desintegración del Califato.
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LA PERLA DE AL ÁNDALUS de [Molinos, Luis]

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