miércoles, 8 de julio de 2015

Los nombres de las calles.

El cambio de gobierno en muchos ayuntamientos, ha resucitado, como era presumible (o más bien diría que irremediable), la recurrente cuestión de los cambios de nombres a las calles. Como si fuera lo más urgente que tienen que hacer los nuevos consistorios, como si se tratase de la principal preocupación de los vecinos, como si no hubiera otros asuntos más acuciantes, los recién investidos de autoridad municipal se abalanzan sobre las placas de las calles con la avidez del cazador tras la presa. Blandiendo la Ley de Memoria Histórica como don Quijote blandía su lanza, se arrojan sobre los rótulos callejeros con el mismo ardor con que el hidalgo caballero arremetía contra los molinos. Se trata de descubrir cualquier nombre con reminiscencias franquistas. Como ya van quedando muy pocos, la tarea a veces se torna complicada y toma visos bufonescos. Hace unos pocos años, en Alicante, hubo quien propuso cambiar el nombre de las calles Portugal, Italia y Alemania. El argumento era que esas tres naciones amigas, en un momento de la historia, tal vez cuando se le dio nombre a las respectivas vías, tenían unos regímenes dictatoriales que simpatizaban con el franquismo. Al cabo de 50 o 60 años, pensar que el nombre no representa lo nombrado, sino que detrás se esconde un perverso motivo de quien lo nombró, resulta cuando menos una reflexión retorcida. Se trata de censurar, varias décadas más tarde, las hipotéticas intenciones de un muerto. Debo confesar que viví varios años en la calle Portugal y jamás se me ocurrió relacionar su nombre con hechos pasados hasta que estos perspicaces investigadores me abrieron la mente a nuevos horizontes. Más rocambolesca si cabe, era la petición de cambiar el nombre a la Plaza de los Luceros, la más emblemática de la ciudad, la que acoge todas las manifestaciones importantes y desde la que se lanzan las mascletás en las fiestas de Hogueras. Aquí la argumentación era que el “Cara al sol”, tiene una estrofa que dice: “Formaré junto a mis compañeros, que hacen guardia sobre los luceros”. No sé si el origen del nombre tiene algo que ver con los versos, pero dudo mucho que las decenas de miles de alicantinos menores de 50 años que pasan por allí conozcan la letra del himno ni se les pase por la imaginación relacionarlo con la plaza, a no ser que venga alguien que, con el deseo de cambiarlo, les explique detalladamente el motivo. Ahora, con la llegada de nuevas personas al consistorio, ya se ha empezado a remover de nuevo la cacería de la placa sospechosa.
En Madrid, el nuevo ayuntamiento también se ha lanzado a poner los nombres en su sitio. Leo que plantean, entre otros, cambiar el nombre a la calle Santiago Bernabéu o a la plaza de Salvador Dalí. Como ya escasean los generales y capitanes, se hace necesario abrir el abanico para encontrar nuevos elementos en los que demostrar la eficacia del consistorio. Un historiador respaldado por la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, argumenta que ambos eran simpatizantes del antiguo régimen, e incluso que el pintor fue recibido en el Pardo y recibió la Gran Cruz de Isabel Católica. El que sea uno de los pintores más destacados del siglo XX es lo de menos. Manolete, por razones similares, también está en el punto de mira de estos perseguidores de evocaciones sospechosas. Es necesario investigar en profundidad, nunca se sabe qué perversas intenciones se pueden esconder detrás de cualquier nombre de inocente apariencia.

Barrunto que en esta particular obsesión no solo hay, aun habiéndola, una mera motivación ideológica. Debe ser muy duro verse de repente ostentando un cargo para el que no se está capacitado. Una vez pasado el primer momento de euforia empezarán a llegarle al desorientado o desorientada edil de turno, los problemas cotidianos que rápidamente se irán amontonando sobre su mesa, incapaz de resolverlos con prontitud y eficacia. La constatación de la propia ineptitud es muy dañina para la autoestima y puede llegar a crear una profunda depresión. El mejor modo de superarla es dedicar el tiempo a hacer algo para lo que sí se está capacitado, algo sencillo, fácil de ejecutar, como por ejemplo ocuparse de los nombres de las calles. Enfrascados con inusitado ardor en esos temas fundamentales para el bienestar de los ciudadanos, los nuevos regidores se sentirán realizados, valiosos, y ampliamente merecedores de los sueldos que se han asignado. Los demás asuntos pueden esperar. 

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