martes, 3 de febrero de 2015

¡Davai! ¡Davai!

Unos días más tarde lo despertaron a media noche. Tres guardias le urgieron a levantarse y acompañarlos.
-Recoge todas tus cosas -le ordenaron-. ¡Davai! ¡Davai!
Medio abanto por el sueño, metió en el macuto sus escasas pertenencias, la cuchara, un gorro, una camisa, lo sacaron al patio con noche cerrada, lo llevaron casi en volandas hasta la puerta del recinto y lo introdujeron en una camioneta que estaba esperando con el motor en marcha. Pocos minutos después el vehículo se detuvo ante la prisión de Borovichí, lo bajaron, lo condujeron por un estrecho pasillo, le hicieron entrar en una celda, y cerraron la puerta dejándolo en la más completa oscuridad. Tanteando las paredes comprobó que estaba en un cubículo de dos por dos metros. Apoyó la espalda en el muro y dejó deslizar el cuerpo hasta quedar sentado en el suelo. No era capaz de comprender qué estaba pasando, ni por qué. Inmediatamente empezó a pensar qué faltas podía haber cometido. Tenía que ser por la huelga, pero todos sus compañeros estaban en el lager cuando él volvió del hospital, salvo los que consideraron cabecillas y apartaron en el primer momento. ¿Lo habrían incluido en el grupo de los promotores? ¿Lo habría señalado alguno de los detenidos? ¿Sería por haber vuelto del hospital el último? Las preguntas se agolpaban en su cerebro sin ser capaz de hallar ninguna respuesta. Tenía que ser por la huelga, porque no iba a ser por haber estado hablando tanto tiempo con Rosa… ¿O sí? Recordó que había entrado una enfermera y dijo algo que no entendió. Tal vez tenía alguna relación. Rosa no pareció turbada pero se marchó enseguida. ¿Tendría algo que ver con su nueva situación? Intentaba analizar cada suceso de los últimos días buscando el motivo que le había llevado hasta allí, pero era incapaz de encontrarlo. Debía ser por la huelga, ¿pero por qué habían dejado pasar unos días? ¿Habría más compañeros en su misma situación o solo era él? Estaba aislado y no percibía ningún sonido. Gritó para ver si alguien le oía pero el grito se difuminó en el silencio más absoluto. Al cabo de un rato empezó a desvanecerse tenuemente la oscuridad y percibió que la celda tenía un pequeño hueco de ventilación pegado al techo por donde penetraba un ligero albor. 
Un guardia golpeó la puerta, bajó un portillo que había a la altura de los ojos, y le pasó un cuenco con la balanda y un trozo de pan negro. Durante todo el día no vio a nadie más, pero cada hora pasaban los guardias y golpeaban con violencia la puerta de la celda durante unos segundos. La angustia dejó paso a un cansancio terminante. Quería abandonarse en el sueño para escapar por unas horas de la pesadilla existencial, pero cada vez que caía en la somnolencia era desvelado bruscamente por los golpes en la puerta. Así transcurrió todo el día y toda la noche. Y todo el día y la noche siguientes. Y lo mismo el día y noche posteriores. Al cuarto día, de madrugada, lo sacaron entre dos guardias y lo llevaron por un largo pasillo con celdas a ambos lados, al otro lado de las puertas se oían lamentos y gemidos. Lo introdujeron en una habitación en la que le esperaban cinco hombres sentados detrás de una larga mesa. Daniel estaba en una condición lamentable, desorientado, desfallecido, y le dolía terriblemente la cabeza, le sentaron en una silla para que no cayese al suelo. El que parecía el jefe inició un interrogatorio. Le preguntaron de nuevo, su nombre, su procedencia, la unidad en la que batalló, cuándo llegó a territorio soviético, y todas esas preguntas que ya le habían hecho innumerables veces. Después le acusaron de conspirar contra el Partido y contra el Estado, y de ser un enemigo del pueblo. Daniel no entendía nada de lo que estaba pasando y se limitó a negar todas las acusaciones, pero como se encontraba tan débil lo hacía con muy poca convicción, casi parecía que se estaba excusando por no ser lo que los otros decían que era. Después de más de una hora de interrogatorio y acusaciones, el hombre suavizó un poco el violento tono que había mantenido hasta entonces y le ofreció una salida a su situación.

Fragmento de "El infierno de los inocentes"; disponible en Amazon en digital y papel.
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