viernes, 27 de febrero de 2015

Elecciones anticipadas

Hasta ahora, mal que bien, vivíamos en una democracia participativa, un sistema en el que cada cierto tiempo se instalan urnas, la gente vota, (una persona un voto), y con los resultados se constituye un parlamento representativo de la voluntad de los votantes. Ahora parece que algunos abogan por una democracia televisiva, un nuevo sistema en el que se emiten opiniones y se hacen encuestas (2.000 encuestados determinan la ignota voluntad de 40 millones de ciudadanos). A mí no me han preguntado jamás y me niego a que deduzcan lo que yo pienso por lo que otro dice. Pero da igual lo que yo piense porque las televisiones sacan inmediatas consecuencias de esas encuestas, y los que salen favorablemente puntuados, pasan inmediatamente a exigir, porque todo el mundo exige, elecciones anticipadas.
Argumentan que no vale votar cada cuatro años y que el pueblo debe intervenir en política constantemente. En principio está bien, votar una vez cada cierto tiempo y quedarse esperando hasta la próxima puede ser insuficiente y frustrante para muchos. Pero creo yo que habría que determinar unos plazos, si cuatro años parecen muchos, habría que poner tres, o dos, o uno, pero un plazo convenido de antemano que todo el mundo respete, aunque los resultados no les sean favorables, porque sería imposible desarrollar una labor de gobierno si la gente estuviera opinando constantemente. Por ese camino iríamos a unas elecciones permanentes en las que se votaría continuamente a través de las redes sociales o de la televisión (a 0,80 euros la llamada). Dada la volubilidad de mucha gente podríamos estar cambiando de gobierno cada semana. Sería divertido pero poco práctico.  

Los que exigen elecciones anticipadas lo hacen, como es natural y comprensivo, porque no están de acuerdo con lo que la mayoría dijo el día de las elecciones. Tengo sin embargo la convicción, (también es una opinión, la mía), de que muchos de esos, si estuvieran en el poder, no solo no pedirían elecciones anticipadas sino que intentarían que no hubiera más elecciones, ni anticipadas ni cuando tocaran.

domingo, 22 de febrero de 2015

Lo que no voy a votar

Llevo algún tiempo leyendo apasionados alegatos de conciudadanos que me dicen, sin yo haberles preguntado, que van a votar a Podemos. Como ya estoy harto de que me digan una y otra vez lo que van a votar, voy a decirles por lo menos una vez, lo que yo no voy a votar.
No voy a votar a Podemos; y no porque sus dirigentes hayan hecho trampas con las becas, o hayan intentado defraudar a Hacienda, o hayan falseado sus currículos, o les paguen a sus empleados una miseria y en negro. Al fin y al cabo esos mezquinos comportamientos son consustanciales al ser humano, se pueden encontrar en todo hijo de vecino y se logran corregir con un poco de buena voluntad.
No voy a votar a Podemos, sobre todo, porque sus dirigentes son comunistas estalinistas, y por lo tanto totalitarios y liberticidas. Y los convencimientos ideológicos no se corrigen con buena voluntad, simplemente no se corrigen porque el que los tiene siente que está en posesión de la verdad. Los totalitarismos populistas provocaron millones de muertos, destierros, encierros en campos de concentración, hambre y sufrimiento a cualquier sospechoso de no adorar al líder supremo. Y sus rancias ideas siguen provocando el mismo padecimiento en otros países donde se cultiva el culto al líder. La Democracia es un sistema imperfecto pero es el menos malo de todos los sistemas. Tiene muchos defectos, entre ellos el permitir que los que no creen en sus bondades se aprovechen de sus debilidades para alcanzar el poder y desde él fulminarlo. Cuando se instala un régimen totalitario las idealistas asambleas participativas se convierten inmediatamente en multitudinarias aclamaciones por unanimidad, y ¡Ay del que se salga de la fila! Ya pasó en el siglo XX en naciones tan poderosas e influyentes a nivel mundial que desataron la terrible guerra que asoló a la humanidad, y está pasando en nuestro días en varios países, por fortuna con menos influencia o capacidad para provocar un desastre global. Pero si se siguen extendiendo se repetirán las mismas desgracias. La Democracia no tiene apellidos, aquí tuvimos una “orgánica”, y en Rusia una “del pueblo”. Los que molestan son inmediatamente acusados de “enemigos del pueblo”, y encerrados, torturados y ajusticiados. ¿Y quién es el pueblo? El líder supremo. Eso está pasando ahora mismo.
La Democracia, si no establece los controles adecuados, permite la corrupción. El régimen totalitario la multiplica por mil porque carece de esos controles. Con la Democracia la voluntad de los ciudadanos se puede expresar cada tres o cuatro años. En un régimen totalitario no se expresa nunca. Al dirigente de una Democracia se le puede cambiar cada cierto tiempo, a un líder supremo hay que matarlo o esperar a que se muera. ¿Hay que poner ejemplos?      
No voy a votar a Podemos, además, porque sus dirigentes no me merecen la menor credibilidad. ¿Qué han hecho hasta ahora para que yo pueda pensar que tienen la capacidad y los conocimientos para solucionar los problemas del país? ¿Han conseguido algún logro en sus vidas personales que permitan pensar que van a resolver las de millones de sus congéneres? ¿Llevan algún tiempo proponiendo soluciones, aportando ideas brillantes, demostrando con hechos que son capaces de gestionar un país? ¿Han hecho algo más que criticar e insultar? ¿O tengo que hacer un ejercicio de fe? Alguien toca la flauta y todos detrás a ahogarse en el río. ¿O de lo que se trata es tan solo de “que se jodan los de ahora”? Eso está bien, si me duele una muela y el dentista me hace daño, me tiro por un barranco y que se joda el dentista.

Ya llevo un rato explicando por qué no voy a votar a Podemos y no sé para qué. No los voy a votar porque no me da la gana y punto. Todavía me puedo permitir ese lujo.  

viernes, 6 de febrero de 2015

Es asombroso

Una de las características más sorprendentes de la condición humana es la osadía que muestran algunos sujetos que, sin haber hecho nada relevante en sus vidas, se postulan sin el menor rubor para dirigir las de sus semejantes. ¿Cómo una persona que no ha hecho absolutamente nada de valor a lo largo de su existencia se siente con la capacidad para liderar las de los demás? Y más asombroso todavía, ¿cómo encuentran gente dispuesta a creerse lo que dicen y a seguirlos como seguían las ratas al flautista de Hamelín? ¿No sería lógico examinar cuidadosamente la tarjeta de visita del aspirante a líder y darle credibilidad o no, en función de su currículo?
Los que se ofrecen para gestionar la vida se sus semejantes se podrían clasificar en dos tipos, los que se creen realmente que tienen la capacidad necesaria para hacerlo, y los que solo buscan su provecho personal. De estos últimos, desaprensivos oportunistas, poco hay que añadir. De los primeros, gente que con un exiguo o nulo bagaje de éxitos personales se siente realmente con la competencia necesaria para gestionar las vidas de sus congéneres, solo se puede pensar que se trata de presuntuosos engreídos o de idiotas inconscientes, o ambas cosas a la vez. Sin embargo, basta con que tengan un verbo fluido (y a veces ni eso), y que hagan fantásticas promesas de llevar el rebaño al Paraíso, para que una legión de encandilados oyentes marchen tras ellos a los sones de la flauta, camino del río donde van a ahogarse. Estos aspirantes a próceres de la comunidad ni siquiera necesitan fundamentar sus promesas con argumentos más o menos sólidos, es suficiente con que suenen bien. Las melodías no se razonan, van directas a los sentidos y con eso basta. Pasa desde que los hombres se bajaron de los árboles y por lo visto va a seguir pasando. Y pasa en todos los pueblos y en todas las culturas. Observar la catadura de la mayoría de los lideres mundiales debería sobresaltarnos, da igual que hayan llegado por la fuerza o aupados por procesos electorales.
No obstante, en los lugares donde teóricamente se nos da la oportunidad de elegir, persistimos con ingenuidad y contumacia, como si se tratase de una maldición irremediable, en confiar en todo aquel que ofrece duros a cuatro pesetas, lo mismo da que esté en un mercadillo o en una tribuna, para el caso es lo mismo. Las últimas elecciones son un buen ejemplo.         

Es ciertamente asombroso.

martes, 3 de febrero de 2015

¡Davai! ¡Davai!

Unos días más tarde lo despertaron a media noche. Tres guardias le urgieron a levantarse y acompañarlos.
-Recoge todas tus cosas -le ordenaron-. ¡Davai! ¡Davai!
Medio abanto por el sueño, metió en el macuto sus escasas pertenencias, la cuchara, un gorro, una camisa, lo sacaron al patio con noche cerrada, lo llevaron casi en volandas hasta la puerta del recinto y lo introdujeron en una camioneta que estaba esperando con el motor en marcha. Pocos minutos después el vehículo se detuvo ante la prisión de Borovichí, lo bajaron, lo condujeron por un estrecho pasillo, le hicieron entrar en una celda, y cerraron la puerta dejándolo en la más completa oscuridad. Tanteando las paredes comprobó que estaba en un cubículo de dos por dos metros. Apoyó la espalda en el muro y dejó deslizar el cuerpo hasta quedar sentado en el suelo. No era capaz de comprender qué estaba pasando, ni por qué. Inmediatamente empezó a pensar qué faltas podía haber cometido. Tenía que ser por la huelga, pero todos sus compañeros estaban en el lager cuando él volvió del hospital, salvo los que consideraron cabecillas y apartaron en el primer momento. ¿Lo habrían incluido en el grupo de los promotores? ¿Lo habría señalado alguno de los detenidos? ¿Sería por haber vuelto del hospital el último? Las preguntas se agolpaban en su cerebro sin ser capaz de hallar ninguna respuesta. Tenía que ser por la huelga, porque no iba a ser por haber estado hablando tanto tiempo con Rosa… ¿O sí? Recordó que había entrado una enfermera y dijo algo que no entendió. Tal vez tenía alguna relación. Rosa no pareció turbada pero se marchó enseguida. ¿Tendría algo que ver con su nueva situación? Intentaba analizar cada suceso de los últimos días buscando el motivo que le había llevado hasta allí, pero era incapaz de encontrarlo. Debía ser por la huelga, ¿pero por qué habían dejado pasar unos días? ¿Habría más compañeros en su misma situación o solo era él? Estaba aislado y no percibía ningún sonido. Gritó para ver si alguien le oía pero el grito se difuminó en el silencio más absoluto. Al cabo de un rato empezó a desvanecerse tenuemente la oscuridad y percibió que la celda tenía un pequeño hueco de ventilación pegado al techo por donde penetraba un ligero albor. 
Un guardia golpeó la puerta, bajó un portillo que había a la altura de los ojos, y le pasó un cuenco con la balanda y un trozo de pan negro. Durante todo el día no vio a nadie más, pero cada hora pasaban los guardias y golpeaban con violencia la puerta de la celda durante unos segundos. La angustia dejó paso a un cansancio terminante. Quería abandonarse en el sueño para escapar por unas horas de la pesadilla existencial, pero cada vez que caía en la somnolencia era desvelado bruscamente por los golpes en la puerta. Así transcurrió todo el día y toda la noche. Y todo el día y la noche siguientes. Y lo mismo el día y noche posteriores. Al cuarto día, de madrugada, lo sacaron entre dos guardias y lo llevaron por un largo pasillo con celdas a ambos lados, al otro lado de las puertas se oían lamentos y gemidos. Lo introdujeron en una habitación en la que le esperaban cinco hombres sentados detrás de una larga mesa. Daniel estaba en una condición lamentable, desorientado, desfallecido, y le dolía terriblemente la cabeza, le sentaron en una silla para que no cayese al suelo. El que parecía el jefe inició un interrogatorio. Le preguntaron de nuevo, su nombre, su procedencia, la unidad en la que batalló, cuándo llegó a territorio soviético, y todas esas preguntas que ya le habían hecho innumerables veces. Después le acusaron de conspirar contra el Partido y contra el Estado, y de ser un enemigo del pueblo. Daniel no entendía nada de lo que estaba pasando y se limitó a negar todas las acusaciones, pero como se encontraba tan débil lo hacía con muy poca convicción, casi parecía que se estaba excusando por no ser lo que los otros decían que era. Después de más de una hora de interrogatorio y acusaciones, el hombre suavizó un poco el violento tono que había mantenido hasta entonces y le ofreció una salida a su situación.

Fragmento de "El infierno de los inocentes"; disponible en Amazon en digital y papel.
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lunes, 2 de febrero de 2015

El infierno de los inocentes

Rosa intentó apartarle los brazos y recibió una bofetada que la dejó aturdida. Oleg la empujó contra una mesa y la dejó medio sentada, después notó cómo le desgarraba las bragas y le separaba las piernas haciendo presión con las suyas. Gritó pidiendo auxilio pero con la barahúnda que había afuera era imposible que nadie la oyese. Volvió a intentar apartar al médico y este le dio otro fuerte bofetón y la sujetó por el cuello haciendo tanta presión que le dificultaba la respiración. Angustiada y dolorida, sintió un asco infinito cuando percibió que el hombre trataba de introducirle su miembro, apretó los muslos con todas sus fuerzas y flexionó con las rodillas para evitar que consumara su deseo. Oleg, volvió a abofetearla y probó de nuevo a separarle las piernas, al cabo de unos segundos de esfuerzo se convulsionó violentamente. Después de unas cuantas sacudidas y unos gruñidos de animal se derrumbó sobre ella. Al verse liberada de la presión en la garganta, hizo acopio de todas las fuerzas que le quedaban y consiguió apartar a un lado el cuerpo del hombre. Se puso en pie y mecánicamente se limpió los rastros de semen y se arregló la ropa y el cabello. El médico había quedado apoyado en la mesa jadeando y resoplando. Rosa lo contempló con una mezcla de odio, asco y miedo. Estaba desolada, dolorida, encolerizada y entristecida. Solo quería escapar de allí, abrió la puerta y salió al pasillo. Casi tropieza con Teodoro que venía en su busca.
-¿Qué te ha pasado? -exclamó al verla en aquel estado. Rosa llevaba la ropa a medio vestir, el cabello todavía desordenado, y un hilillo de sangre le caía de la fosa nasal.
-¿Qué te ha pasado? ¿Qué te ha pasado? -repitió gritando, sujetándola por los hombros.
La joven no podía articular palabra, se limitaba a sollozar y negar con la cabeza.
Teodoro desvió la vista al interior del cuarto y vio a Oleg que se estaba incorporando abrochándose el cinturón.
-¡Te lo dije! -rugió-, ¡te lo advertí! Menudo hijo de puta.
Soltó a Rosa y se lanzó violentamente a la habitación. Rosa vio que los dos hombres se enzarzaban a puñetazos, y corrió por el pasillo a pedir ayuda. La gente seguía bailando, cantando y gritando, y nadie parecía percatarse de su angustia.

Fragmento de "El infierno de los inocentes", disponible en Amazon en formato digital y en papel.

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