La
ciudad era un caos, edificios en ruinas, calles sucias llenas de cascotes, el
paseo del puerto cubierto de polvo e inmundicias, las fachadas ennegrecidas, las
palmeras tristes, hasta el cielo se veía agrisado y envuelto en nubes.
Doce
o quince mil desesperados se apretaban en los muelles. Dos días antes habían
zarpado los últimos barcos salvadores. En la noche del martes 28, el Stambroock
salió con destino a Orán con más de tres mil pasajeros, todos los que pudieron
encaramarse a algún punto del navío, superando en mucho la capacidad permitida.
Casi al mismo tiempo partió el Marítime con algunas autoridades, apenas
unas treinta personas. Diez o doce mil personas enloquecidas quedaron en los
muelles esperando otros barcos prometidos y nunca llegados.
En
el Gobierno Civil, el Ayuntamiento y otros centros oficiales ya se había izado
la bandera nacional. A media tarde entró en la ciudad la División Littorio, con
el General Gambara a la cabeza. Unos motoristas precedían a varias tanquetas,
después una decena de camiones cargados de soldados y detrás dos batallones
desfilando marcialmente. Daniel y su hermano los vieron pasar por la Avenida
Méndez Núñez, camino del Ayuntamiento. El gentío que se agolpaba en las aceras
vitoreaba a las tropas con el brazo extendido. Alfonso empezó a entonar el
himno de Falange y muchos le acompañaron a voz en grito. Cuando acabó el
desfile fueron a la plaza del consistorio a escuchar los discursos de las
nuevas autoridades y después se acercaron al puerto.
Los
soldados italianos habían tomado posiciones cerrando todas las salidas. A la
entrada del muelle los milicianos habían levantado unas barricadas con dos
tanquetas rodeadas de sacos y tenían emplazadas varias ametralladoras. Detrás quedaban
diez o doce mil hombres armados y completamente desesperados. Algunos todavía
esperaban un milagro en forma de barco que viniera a recogerlos, pero empezó a
extenderse el rumor de que algunos buques de la armada nacional se habían
posicionado delante de la rada, y que ningún navío salvador iba a poder entrar
para rescatarlos. Al ver aparecer por la bocana la quilla de una embarcación se
hizo un silencio expectante que solo duró unos segundos, el tiempo de observar
en el mástil la bandera nacional, era el minador Vulcano el que se
acercaba a tierra transportando un batallón del Cuerpo de Ejército de Galicia.
Se esfumaron definitivamente las últimas esperanzas de los milicianos.
Daniel
escuchó un disparo proveniente del puerto, después otro, y otro más. Algunos
hombres se estaban suicidando. Consumidas todas las salidas, liquidada
definitivamente la esperanza, la vida ya no tenía ningún valor para ellos,
preferían morir a ser apresados. Durante varias horas, mientras los vencedores
negociaban una entrega incruenta, continuaron escuchándose tiros aislados. En
las aguas del interior del puerto aparecieron varios cadáveres flotando.
Finalmente, después de largas horas de tensas conversaciones, se llegó a un
acuerdo y los atrapados en el muelle empezaron a salir, entregando sus armas.
Algunos fueron conducidos a los castillos de Santa Bárbara y San Fernando, y la
mayoría a un campo de concentración que se habilitó entre La Goteta y Vistahermosa.
Le llamaron “campo de los almendros”.
Alfonso
y Daniel retornaron a Santa Pola. Ahora sí, la guerra había terminado.
Fragmento de "El infierno de los inocentes", novela que trata sobre los niños que fueron enviados a Rusia durante la Guerra Civil y los jóvenes que fueron 4 años más tarde con la División Azul.
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