jueves, 4 de diciembre de 2014

El infierno de los inocentes


La ciudad era un caos, edificios en ruinas, calles sucias llenas de cascotes, el paseo del puerto cubierto de polvo e inmundicias, las fachadas ennegrecidas, las palmeras tristes, hasta el cielo se veía agrisado y envuelto en nubes.  

Doce o quince mil desesperados se apretaban en los muelles. Dos días antes habían zarpado los últimos barcos salvadores. En la noche del martes 28, el Stambroock salió con destino a Orán con más de tres mil pasajeros, todos los que pudieron encaramarse a algún punto del navío, superando en mucho la capacidad permitida. Casi al mismo tiempo partió el Marítime con algunas autoridades, apenas unas treinta personas. Diez o doce mil personas enloquecidas quedaron en los muelles esperando otros barcos prometidos y nunca llegados.

En el Gobierno Civil, el Ayuntamiento y otros centros oficiales ya se había izado la bandera nacional. A media tarde entró en la ciudad la División Littorio, con el General Gambara a la cabeza. Unos motoristas precedían a varias tanquetas, después una decena de camiones cargados de soldados y detrás dos batallones desfilando marcialmente. Daniel y su hermano los vieron pasar por la Avenida Méndez Núñez, camino del Ayuntamiento. El gentío que se agolpaba en las aceras vitoreaba a las tropas con el brazo extendido. Alfonso empezó a entonar el himno de Falange y muchos le acompañaron a voz en grito. Cuando acabó el desfile fueron a la plaza del consistorio a escuchar los discursos de las nuevas autoridades y después se acercaron al puerto.

Los soldados italianos habían tomado posiciones cerrando todas las salidas. A la entrada del muelle los milicianos habían levantado unas barricadas con dos tanquetas rodeadas de sacos y tenían emplazadas varias ametralladoras. Detrás quedaban diez o doce mil hombres armados y completamente desesperados. Algunos todavía esperaban un milagro en forma de barco que viniera a recogerlos, pero empezó a extenderse el rumor de que algunos buques de la armada nacional se habían posicionado delante de la rada, y que ningún navío salvador iba a poder entrar para rescatarlos. Al ver aparecer por la bocana la quilla de una embarcación se hizo un silencio expectante que solo duró unos segundos, el tiempo de observar en el mástil la bandera nacional, era el minador Vulcano el que se acercaba a tierra transportando un batallón del Cuerpo de Ejército de Galicia. Se esfumaron definitivamente las últimas esperanzas de los milicianos.

Daniel escuchó un disparo proveniente del puerto, después otro, y otro más. Algunos hombres se estaban suicidando. Consumidas todas las salidas, liquidada definitivamente la esperanza, la vida ya no tenía ningún valor para ellos, preferían morir a ser apresados. Durante varias horas, mientras los vencedores negociaban una entrega incruenta, continuaron escuchándose tiros aislados. En las aguas del interior del puerto aparecieron varios cadáveres flotando. Finalmente, después de largas horas de tensas conversaciones, se llegó a un acuerdo y los atrapados en el muelle empezaron a salir, entregando sus armas. Algunos fueron conducidos a los castillos de Santa Bárbara y San Fernando, y la mayoría a un campo de concentración que se habilitó entre La Goteta y Vistahermosa. Le llamaron “campo de los almendros”.

Alfonso y Daniel retornaron a Santa Pola. Ahora sí, la guerra había terminado.

Fragmento de "El infierno de los inocentes", novela que trata sobre los niños que fueron enviados a Rusia durante la Guerra Civil y los jóvenes que fueron 4 años más tarde con la División Azul.
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