domingo, 28 de septiembre de 2014

Los libros de Alejandría


En los meses siguientes la mayor preocupación de la reina pareció centrarse en la construcción del gran templo en honor a César. Antes de marchar a Roma ya había dejado las obras iniciadas, junto al gran puerto, y a su regreso se preocupó de que los trabajos se aceleraran. Era como si quisiera rendir un póstumo homenaje a quién ya no podría ver el santuario concluido. De ese modo, quien había sido asesinado en su tierra y por los suyos, recibía honores de divinidad en suelo extranjero.

El gran templo era su mayor empeño pero no el único, también se preocupaba de que avanzaran los trabajos de restauración de la Biblioteca. Las salas que se habían salvado del incendio se estaban rehabilitando pero la capacidad de almacenamiento había quedado muy reducida y la mayor parte de los libros o se habían llevado ya al Serapeo, o estaban en camino. Prácilo iba alguna tarde a seguir copiando “La vida de Alejandro”, pero nunca encontraba fuerzas ni tiempo para retomar la traducción que le encomendó Faleto. El papiro estaba en la nueva biblioteca, al otro lado de la ciudad, y nunca reunía ánimos para acercarse hasta allí. 

Por lo demás Cleopatra ejercía su poder y gobernaba procurando abstraerse de los problemas que se vivían en Roma. El asesinato de César no había llevado la calma sino que por el contrario provocó una nueva guerra civil entre sus antiguos aliados y los partidarios de los asesinos. Egipto mantenía una teórica independencia y continuaba siendo un país soberano aunque estuviera muy mediatizado por el poderío romano. Ante la incertidumbre sobre quién resultaría finalmente vencedor, la reina procuraba contemporizar con las dos facciones.   

Finalmente los cesarianos derrotaron a sus oponentes y pasaron a gobernar todo el imperio con un triunvirato. Pronto cayó uno de los tres, Marco Emilio Lépido, y todo el poder se lo repartieron Cayo Julio César Octavio y Marco Antonio. Éste último había librado sus últimas batallas en el oriente y tenía establecido su cuartel general en Cilicia. Una vez asentado su poder mandó llamar a Cleopatra, probablemente para asegurarse con aquel acto que Egipto se iba a mantener fiel a los nuevos amos.

La reina se puso inmediatamente en camino pero lo hizo a lo grande. Cruzó el mar hasta la desembocadura del río Cidno y desde allí remontó el cauce en una espléndida galera con popa de oro, con las velas púrpuras desplegadas al viento, acompañadas por el impulso de cien remos de plata. Los remeros se coordinaban al compás de la música de flauta, oboes y cítaras. Cleopatra iba sentada en trono de oro bajo un refulgente dosel, mientras era abanicada por varios efebos. A un lado y a otro, grupos de bellas muchachas desnudas que asemejaban a las nereidas y las gracias, contribuían a realzar aún más la armonía del conjunto. El aire se mantenía constantemente perfumado por exquisitos aromas. Cleopatra se había ataviado para el encuentro como la misma Venus. Era una mujer en su plenitud y para realzar su espléndida belleza no necesitaba más vestimenta que varias pulseras de oro en los brazos, una cadena de joyas que le rodeaba el cuerpo formando un aspa sobre el busto y el vientre, y un triángulo de brillantes perlas sobre el pubis. Los sacerdotes que acompañaban a la reina proclamaban en sus cánticos que Venus acudía a ser festejada por Baco para beneficio de Asia entera.

Cuando la nave arribó a su destino, Venus Cleopatra invitó a subir a bordo a Baco Marco Antonio y le agasajó con un suntuoso banquete. Bajo un gigantesco baldaquín recubierto por tapices de seda teñidos de púrpura y bordados de oro se colocaron lujosos triclinios para los generales romanos. La comida se sirvió en platos de oro macizo y la bebida en copas con incrustaciones de piedras preciosas. Todo el suelo se hallaba recubierto por un manto de pétalos de rosas tan espeso que cubrían los pies de los que caminaban sobre ellas. Un sinfín de esclavos nubios daban aire a los invitados con largos plumeros mientras las hetairas danzaban entre los triclinios al compás de una orquesta de cítaras y pífanos. Acostumbrado a la rudeza de su campamento militar, Marco Antonio sucumbió inmediatamente a aquel ambiente lujurioso. Envuelto por el aire perfumado, embriagado por el vino, embelesado por la amena y cálida conversación de la reina, y subyugado por su grácil figura, el romano estuvo pronto a coincidir con todo lo que Cleopatra propusiese.

Durante varios días permaneció la nave en Cilicia y durante todos ellos se repitieron los agasajos. Cuando la reina decidió que ya era tiempo de regresar a Alejandría, naturalmente Marco Antonio partió con ella.

Así los vio Prácilo cuando entraron en palacio rodeados por todo el séquito de sirvientes, sin dejar de lanzarse tiernas miradas, como dos enamorados adolescentes. El romano era un tipo alto y fuerte que irradiaba energía a su alrededor. A Prácilo le gustó su porte. Llevaba en el rostro la expresión de los que se hallan en la cúspide de la felicidad. También la reina aparecía radiante, con un semblante mucho más alegre del que había mostrado en los últimos tiempos.

Fragmento de "Los libros de Alejandría", novela que narra la vida de la Gran Biblioteca de Alejandría. 
Disponible en Amazon, en digital y en papel.

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LOS LIBROS DE ALEJANDRÍA (Spanish Edition)