jueves, 13 de febrero de 2014

Con el alma entre los dientes


Uno de los barcos hacía aguas y hubo que ponerlo en seco para carenarlo, lo que hizo que nos detuviésemos allí unos días. Los indios de la isla se mostraron amistosos y trajeron comida a cambio de collares. Cortés tenía noticias de que en la tierra que veíamos enfrente habían naufragado varios hombres unos años atrás, y que alguno de ellos continuaba con vida. Como estaba muy interesado en localizarlos, escribió una carta y la envió con unos indios, junto a unos collares de cuentas para el rescate. Partieron en una canoa y regresaron a los pocos días diciendo que sabían dónde vivían dos españoles pero que no los habían podido traer. Cortés entonces decidió ir a por ellos, y como ya estaba reparada la embarcación, nos ordenó hacernos a la mar. Justo cuando partíamos se desató tan gran temporal que no hubo más remedio que regresar a refugiarnos en el ancón para pasar la noche y aguardar hasta que se calmasen las aguas. A la mañana siguiente, ya con la mar serena, y prestos a partir, vimos venir una canoa con tres indios. Detuvieron el bote cerca de donde estábamos y bajaron a tierra, venían desnudos, salvo unos taparrabos que les ocultaban las vergüenzas, y portaban arcos y flechas. Dos se quedaron en la orilla, como atemorizados, y el tercero se acercó decidido a nosotros, alzando los brazos y gritando. Era cenceño y cárdeno, y llevaba el pelo trasquilado al modo de los indios esclavos. Al ver que venía hacia nosotros tan decidido y alegre, con aquella forma de gesticular y gritar, pensamos que no estaba en sus cabales. Hasta que estuvo muy próximo no entendimos qué decía. Aunque tenía un acento lastimoso logramos descifrar algunas de sus palabras:

-¡Dios!, ¡Santa María!, ¡Sevilla!

Se arrodilló y elevó los brazos al cielo dando gracias al Altísimo.

Por su aspecto todos le habíamos tomado por indio, pero era uno de los españoles perdidos. Llevaba ocho años entre los indígenas y tenía que hacer esfuerzos para expresarse en castellano. De los naufragados solo sobrevivían dos, él y otro que no quería venir. Intentó superar las dificultades que encontraba para volver a expresarse en castellano, y nos relató su aventura poco a poco:

"-Jerónimo Aguilar me llamo, natural de Écija, franciscano. Ha ocho años, estando en el Darién, estallaron conflictos entre Diego Nicuesa y Vasco Núñez de Balboa. Partimos con el regidor Valdivia en una carabela para dar cuenta a don Diego Colón de lo que estaba aconteciendo, pero cerca de Jamaica la embarcación empezó a hacer aguas y se nos fue a pique muy rápido. Llevábamos un cargamento de quince mil pesos de oro para la corona, todo se perdió, junto a la vida de gran parte de la tripulación. Solo nos salvamos veinte, entre hombres y mujeres, tuvimos que apretarnos en un pequeño esquife, nos encomendamos a Dios, y nos dejarnos arrastrar por las corrientes. Estuvimos catorce o quince días a la deriva, sin agua ni comida, la mitad murieron antes de arribar a la costa. Cuando al fin alcanzamos tierra firme, nos asaltaron los indios y nos llevaron prisioneros. El capitán y otros cuatro acabaron en la piedra del sacrificio. Mientras los comían, tres hombres y dos mujeres pudimos escapar. Anduvimos errando hasta que caímos en manos de otros indios menos sanguinarios. Nos tuvieron de esclavos, trabajando como bestias para ellos. Las dos mujeres y uno de los hombres murieron pronto, extenuados. Al final solo sobrevivimos dos, el Señor sabrá por qué. Todos los días, sin faltar ninguno, le rogué para que pudiera retornar con los míos. ¡Alabado sea Dios! Por fin habéis llegado. Más de ocho años he pasado cautivo.

-¿Y tu compañero?

-Gonzalo es su nombre. Es un marinero oriundo de Palos, tosco y bragado. Cuando el cacique me autorizó a venir, pasé por su pueblo a buscarlo, pero no quiso acompañarme. Él encontró una nueva vida, no sufrió lo que yo, está casado y tiene tres hijos, él no está de esclavo, es esforzado y se distinguió en las guerras que acostumbran a librar. Le nombraron capitán, es respetado, tiene ascendiente con el cacique. No quiere abandonar a su familia, me dijo que ya es uno de ellos, alguien importante. ¿Adónde voy a ir?, preguntó. Ni siquiera tuve tiempo para intentar convencerle, su esposa me amenazó con un palo, quería agredirme, nada pude hacer para que me acompañara."  

-¿Qué te parece, Felipe?, nadie sabe dónde está el destino de cada uno. El tal Gonzalo encontró su vida entre los indígenas. Si no quiso venir con nosotros es porque allí era más feliz. No hay que preocuparse tanto por el porvenir, a veces el destino te lleva al lugar adecuado sin tú proponértelo.

Fragmento de "Con el alma entre los dientes", novela que narra la llegada de los españoles a México y Perú. Disponible en Amazon.

http://www.amazon.es/Con-alma-entre-los-dientes-ebook/dp/B00EC7BIIA/ref=sr_1_1?ie=UTF8&qid=1392307608&sr=8-1&keywords=con+el+alma+entre+los+dientes

Con el alma entre los dientes: De Tenochtitlán a Cajamarca

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