jueves, 7 de noviembre de 2013

Me quedé en Tánger


Cuando una bengala estallaba alta, iluminaba la noche y permitía ver las olas que se acostaban en la playa, tan cercanas y dóciles, siempre en movimiento. La tenue brisa de levante nos traía su fresco aroma salitroso y nos envolvía en su fragancia. El mar, el mar, siempre el mar. 

Fue una noche muy bonita, la última del siglo.

Nos acostamos muy tarde y cuando nos levantamos al día siguiente mi madre dijo suspirando: “Hay que ver hijo, ya estamos en el siglo veinte… ¡Cómo se pasan los años, Casimirito!, ¡el siglo veinte!…, ¡cuántas cosas vas a ver, hijo mío!”

Tenía razón, porque lo cierto es que los años siguientes se pasaron muy deprisa, casi sin darme cuenta. Entre la playa y el monte, entre el Zoco Chico y el Marchán, entre pedradas y cabezazos, entre el levante y el mar, entre el mar y el levante…, haciendo excursiones en burro al cabo Espartel o al de Malabata, disfrutando con las carreras de caballos que hacían en la playa, deambulando por el Zoco Grande para ver a los encantadores de serpientes o a los halconeros, o simplemente contemplado a los camellos, tan indiferentes, tan como ausentes de este mundo..., pero lo que más me gustaba era escuchar a los contadores de cuentos.

Se me iban las horas maravillado con las fantásticas historias que narraban.

Me encantaban las narraciones de un rawi viejo y ciego que solía relatar fábulas de al-Ándalus, en las que siempre había hermosas princesas, guerreros invencibles, enormes palacios con cientos de columnas, y mármoles de colores, y arcos de abenuz, y sedas de la India, brocados de Persia y asientos de guadamecí, y muchas fuentes entre arriates de jazmines y azahares. Y casi siempre transcurrían en la Córdoba de las mil mezquitas.

Yo me lamentaba de que habiendo nacido tan cerca nunca me hubieran llevado allí y trataba de imaginar lo que mis ojos no habían podido admirar. Pensaba que tal vez Ginés, ahora que se había quedado solo, tendría tiempo de acercarse a la capital y lo suponía paseando por entre aquellos palacios y templos, cubriendo su cabeza con un gran turbante en vez de aquel sombrero tan arrugado que solía llevar.

Había otro rawi, negro de larga cabellera hirsuta, que contaba historias terribles que me asustaban mucho. Narraba cuentos de brujas que se transformaban en serpientes o lobas, y que deambulaban por las noches en busca de pobres caminantes a los que mataban a dentelladas. Eran seres malvados que se dedicaban a destruir con sus mágicos poderes todo lo bueno que había en el mundo. Cuando escuchaba aquellas historias pasaba mucho miedo por las noches y era cuando más echaba de menos a Panchito, porque cuando estaba con nosotros y tenía miedo de algo, me dormía abrazado a él. Yo sabía que el perro tenía un oído muy fino y estaba seguro de que se daría cuenta en seguida si se acercaba alguna de aquellas horribles criaturas, y ladraría para ahuyentarla, como hacía con las gallinas.

A veces aparecía la cabeza de algún chivato o enemigo de Raisuni clavada en la punta de una pica encima de las murallas, pero eso no era tan frecuente y cuando ocurría, los guardias del Majzén la quitaban enseguida. Por aquellos tiempos se decía que no era prudente aventurarse a unos kilómetros fuera de la ciudad a no ser que estuvieras acompañado por gente armada, porque había bandoleros que asaltaban y robaban.
Extracto de un capítulo de la novela "Me quedé en Tánger", disponible en digital y papel en Amazon.




Opiniones de clientes:

el 1 de noviembre de 2015

el 1 de noviembre de 2015





4.0 de un máximo de 5 estrellas Debemos recordar cosas 30 de julio de 2013
Por mirindos
Formato:Versión Kindle|Compra verificada

Las relaciones de España con Marruecos siempre me fascinaron, pero apenas sabía algo de ellas. Tal vez en la Historia que nos contaron nunca incluyeron nada de este tema. Es una pena que la mayoría de los españoles no sepan "nada" de nuestra relación con ese vecino del sur. Me baje el libro pensando que sería una autobiografía y empecé a leerlo con calma, pero sin pausa. Me ha llevado acabarlo seis meses pero en cuanto lo he acabado he comenzado a releer capítulos, ahora si con voracidad lectora. Me gustaría recomendarlo a cualquier persona que pretenda ser culta en España y no sepa nada de nuestra relación con Marruecos en la primera mitad del siglo XX.

ME QUEDÉ EN TÁNGER (Spanish Edition)

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