Cortés
se apeó del caballo y caminó hacia los tres hombres. Ellos hicieron la
ceremonia de poner la mano en el suelo y besarla, el capitán se aproximó a Motecuhzoma
con la intención de darle un abrazo pero los dos acompañantes se lo impidieron
inmediatamente, no se podía tocar al emperador. En vista de ello, el capitán se
quitó un collar que llevaba colgado y se lo ofreció al Tlatoani, al comprobar
que hacía gesto de aceptarlo, se lo colocó alrededor del cuello. El emperador
hizo una indicación a sus acompañantes y al momento le trajeron dos collares con
colgantes de oro como de un jeme de longitud, que a su vez colocó en el cuello
del capitán. Después se dieron media vuelta y echaron a andar, el noble de
mayor edad se puso al lado de Cortés y el más joven caminó junto a Motecuhzoma.
Así fueron, uno tras otro, recorriendo el trecho de calle que faltaba para
llegar al palacio que nos habían reservado para nuestro alojamiento.
Al
llegar allí, una casa de grandes dimensiones precedida de un enorme patio, el
emperador tomó de la mano a Cortés y lo condujo hasta una sala en la que habían
instalado dos sillones. Invitó al capitán a sentarse en uno de ellos y él se
instaló en el otro, todos sus nobles se colocaron detrás. Los capitanes
flanquearon a Cortés, detrás quedaba sitio para una veintena de soldados, yo
fui uno de los que consiguió entrar en la sala. Unos servidores trajeron muchas
joyas de oro y plata, plumajes riquísimos, diversas prendas, y mantas de vivos
colores, bordadas y decoradas con gran maestría. Todo lo que traían se lo iba
ofreciendo a Cortés. Cuando acabó con los obsequios, inició un discurso que
tradujeron entre Malintzin y Aguilar.
- Desde
tiempo inmemorial, de generación en generación, mis antepasados se han
transmitido la historia de nuestro pueblo. Ellos sabían que eran extranjeros en
esta tierra, vinieron de algún lugar remoto traídos por un señor del cual
todos eran vasallos, que les acompañó y les mostró el camino. Este gran señor
retornó a su casa natural por un tiempo y después regresó a buscar a los que
había dejado aquí. Pero habían pasado muchos años, para entonces los hombres se
habían casado con las mujeres de esta tierra, habían formado familias y
pueblos, se habían aposentado y estaban a gusto. No quisieron regresar, ni
quisieron aceptarlo como señor. Él se volvió a marchar, triste y frustrado, y prometió
que él mismo o sus descendientes, volverían un día para ocupar su trono.
Siempre hemos sabido que sus descendientes vendrían a sojuzgar esta tierra. Él
dejó dicho: “Regresaré por el lado en que sale el sol para la fecha de mi
aniversario, el día de Ce Acatl”. Él se marchó hacia donde sale el sol y
vosotros venís de allí, en otro año de Ce Acatl, los presagios os han
precedido. Hace dos años me trajeron noticias de unos hombres que llegaron a Champotón, y el año pasado de otros que
desembarcaron cerca de un río, y hoy por fin, puedo veros y hablaros. Tenemos
por cierto que ese gran rey que os ha enviado es descendiente de aquel nuestro
señor que marchó y prometió regresar. Él os ha enviado porque sabía que
nosotros estábamos aquí. Él os ha enviado a recuperar su trono. El trono que
conservaron los que ya se fueron, los señores reyes Itzcoatzin, Motecuhzomatzin
el viejo, Axayácac, Tízoc, Ahuítzotl, y yo mismo, Motecuhzoma. Ojalá ellos
pudieran ver lo que yo veo. Ojalá ellos pudieran estar aquí en estos momentos.
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