jueves, 21 de noviembre de 2013

Con el alma entre los dientes


Cortés se apeó del caballo y caminó hacia los tres hombres. Ellos hicieron la ceremonia de poner la mano en el suelo y besarla, el capitán se aproximó a Motecuhzoma con la intención de darle un abrazo pero los dos acompañantes se lo impidieron inmediatamente, no se podía tocar al emperador. En vista de ello, el capitán se quitó un collar que llevaba colgado y se lo ofreció al Tlatoani, al comprobar que hacía gesto de aceptarlo, se lo colocó alrededor del cuello. El emperador hizo una indicación a sus acompañantes y al momento le trajeron dos collares con colgantes de oro como de un jeme de longitud, que a su vez colocó en el cuello del capitán. Después se dieron media vuelta y echaron a andar, el noble de mayor edad se puso al lado de Cortés y el más joven caminó junto a Motecuhzoma. Así fueron, uno tras otro, recorriendo el trecho de calle que faltaba para llegar al palacio que nos habían reservado para nuestro alojamiento.

Al llegar allí, una casa de grandes dimensiones precedida de un enorme patio, el emperador tomó de la mano a Cortés y lo condujo hasta una sala en la que habían instalado dos sillones. Invitó al capitán a sentarse en uno de ellos y él se instaló en el otro, todos sus nobles se colocaron detrás. Los capitanes flanquearon a Cortés, detrás quedaba sitio para una veintena de soldados, yo fui uno de los que consiguió entrar en la sala. Unos servidores trajeron muchas joyas de oro y plata, plumajes riquísimos, diversas prendas, y mantas de vivos colores, bordadas y decoradas con gran maestría. Todo lo que traían se lo iba ofreciendo a Cortés. Cuando acabó con los obsequios, inició un discurso que tradujeron entre Malintzin y Aguilar.    

- Desde tiempo inmemorial, de generación en generación, mis antepasados se han transmitido la historia de nuestro pueblo. Ellos sabían que eran extranjeros en esta tierra, vinieron de algún lugar remoto traídos por un señor del cual todos eran vasallos, que les acompañó y les mostró el camino. Este gran señor retornó a su casa natural por un tiempo y después regresó a buscar a los que había dejado aquí. Pero habían pasado muchos años, para entonces los hombres se habían casado con las mujeres de esta tierra, habían formado familias y pueblos, se habían aposentado y estaban a gusto. No quisieron regresar, ni quisieron aceptarlo como señor. Él se volvió a marchar, triste y frustrado, y prometió que él mismo o sus descendientes, volverían un día para ocupar su trono. Siempre hemos sabido que sus descendientes vendrían a sojuzgar esta tierra. Él dejó dicho: “Regresaré por el lado en que sale el sol para la fecha de mi aniversario, el día de Ce Acatl”. Él se marchó hacia donde sale el sol y vosotros venís de allí, en otro año de Ce Acatl, los presagios os han precedido. Hace dos años me trajeron noticias de unos hombres que llegaron a Champotón, y el año pasado de otros que desembarcaron cerca de un río, y hoy por fin, puedo veros y hablaros. Tenemos por cierto que ese gran rey que os ha enviado es descendiente de aquel nuestro señor que marchó y prometió regresar. Él os ha enviado porque sabía que nosotros estábamos aquí. Él os ha enviado a recuperar su trono. El trono que conservaron los que ya se fueron, los señores reyes Itzcoatzin, Motecuhzomatzin el viejo, Axayácac, Tízoc, Ahuítzotl, y yo mismo, Motecuhzoma. Ojalá ellos pudieran ver lo que yo veo. Ojalá ellos pudieran estar aquí en estos momentos.
 
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Con el alma entre los dientes (De Tenochtitlán a Cajamarca)
 

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