lunes, 21 de octubre de 2013

LOS LIBROS DE ALEJANDRÍA


Pero el exilio no duró mucho tiempo, los acontecimientos se desarrollaban muy deprisa y los vientos no tardaron en volver a cambiar de dirección.

La guerra civil romana llegó a su punto culminante en la batalla de Farsalia. César respondió a las agresiones de sus enemigos cruzando el Rubicón y Pompeyo no quiso enfrentarse a él en la península itálica, atravesó el Adriático y preparó la lucha definitiva en Grecia. César venía de obtener un triunfo incuestionable en las Galias y se sentía invencible, no dudó en perseguir a su rival hasta donde éste se había acuartelado. Pompeyo disponía de un ejército muy superior en número al de César, más del doble en infantería y siete veces más numeroso en caballería, además había preparado con tiempo el escenario de la batalla y estaba aguardando a su enemigo, parecía que tenía todos los ases para conseguir la victoria. Pero una vez más se puso de manifiesto el genio militar del gran caudillo romano. Las legiones de César estaban compuestas por los veteranos que habían conquistado las Galias, hombres curtidos, disciplinados, aguerridos y valerosos, todos confiaban en su general y le obedecían ciegamente. Mil brazos con una sola cabeza. César prefería pocos avezados antes que muchos inexpertos y el resultado de la contienda refrendó su planteamiento. Su inferioridad numérica no fue obstáculo para obtener una aplastante victoria. Desplegó una brillante estrategia sustentada en la movilidad y rapidez de acción de sus legiones, y consiguió un triunfo fulminante, le bastaron poco más de dos horas para destrozar las tropas enemigas. Diez mil pompeyanos sucumbieron en la batalla por apenas unos centenares de cesarianos. Mientras César combatía espada en mano al frente de sus hombres, Pompeyo huía del campo de batalla desamparando a sus tropas, que sufrieron una derrota total. Al abandonar la contienda buscó refugio en Egipto, sin duda pensó que puesto que allí le debían muchos favores, aquél era el sitio ideal para guarecerse y reorganizar su ejército.

Pero las circunstancias habían cambiado radicalmente en las pocas horas que duró la lucha. Pompeyo venía de perder la guerra y sabido es que a los fracasados les desaparecen pronto los amigos. Las noticias de la severa derrota se adelantaron a su embarcación. El consejero del faraón, el eunuco Potino, pensó que lo más conveniente era estar al lado de los vencedores y que la presencia de Pompeyo no podía traerle más que complicaciones. Dio órdenes a sus esbirros para que lo ejecutaran nada más poner pie en tierra, y en cuanto desembarcó fue acribillado a puñaladas mientras su mujer, Cornelia, observaba la escena horrorizada desde la cubierta de la nave. Por si quedaba alguna duda, después de acuchillarlo le cortaron la cabeza. El eunuco pensaba que ofreciéndole ese regalo a Julio César se ganaría u favor.

Se equivocó. Cuando César entró con sus legiones y se enteró de que Pompeyo había sido ajusticiado montó en cólera, nadie más que él tenía derecho a disponer de la vida de un cónsul romano.
Entonces Cleopatra volvió a dar muestra de su inteligencia y astucia.

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LOS LIBROS DE ALEJANDRÍA (Spanish Edition)

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