domingo, 27 de octubre de 2013

415 d.C.


Enrolló los dos papiros y los volvió a introducir en el cilindro de madera. Después subió de nuevo a la terraza para ver cómo evolucionaban los acontecimientos.

Las llamas alcanzaban una altura sobrecogedora y se veía el monumento a Serapis casi totalmente destrozado. La multitud corría de un lado a otro gritando exaltada. Sin duda los pocos defensores que intentaron enfrentarse a ellos ya habían tenido que desistir.

Finalmente la estatua fue derribada, el templo devastado, y la Biblioteca hija sufrió el mismo destino que su predecesora, el fuego la arrasó por completo y todos los libros que habían quedado en su interior fueron destruidos.

Como siempre, los hombres parecían no contentarse con destruir a otros hombres, tenían también que destruir la obra de otros hombres, el legado de otros hombres, el pensamiento de otros hombres. Sólo cuando veían arder el último vestigio de otros juicios distintos a los suyos parecían tranquilizar sus odios y sus miedos.

Allí terminó su andadura la biblioteca más prestigiosa de la historia de la humanidad. Hacía setecientos años que a Ptolomeo Sóter se le ocurrió que se podía recopilar en un mismo centro todo el conocimiento que el hombre había ido produciendo a lo largo de su existencia. Durante ese largo tiempo fue recogiendo el legado de centenares de hombres señalados por la naturaleza para guiar a sus semejantes por la senda del progreso. Durante siete siglos fue sorteando guerras, saqueos, incendios y terremotos, durante ese vasto periodo el empeño de unos pocos se impuso al afán devastador de muchos. Pero finalmente no pudo superar el odio y el ansia de destrucción de la mayoría, y sucumbió.

El mundo clásico heleno agonizaba. 
 
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Los libros de Alejandría

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